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+ El "Flaco" Uribe irrumpe y eleva el calor político; el PAN respira, con la alianza nacional; el PRI piensa en "El Bebo", pero primero la unidad

 

GUAYMAS, Son.- La irrupción de José Ramón Uribe Maytorena en la arena política del puerto que vio nacer al fundador del PRI, revela el antes y después de los procesos hacia el 2018 en los que se involucran los actores principales de esta película de cada tres años.

Uribe se mantenía en el bajo perfil, pero sus cercanos lo ubicaban en “negocios” en la ciudad de México. Hurgando, uno se encuentra que sus “negocios” los hacía con gente de altura, entre ellos, altos –muy altos-- funcionarios de la Procuraduría General de la República y miembros de la nomenclatura panista.

Buscó a Ricardo Anaya, pero no le gustaron los conductos y esperó, e hizo bien, movimientos para la caída hacia arriba o hacia abajo, pero caída al fin, del hoy beneficiario de la alianza entre el PRD, Movimiento Ciudadano de don Dante Delgado, y el PAN. Como que el JR de tanta fama en los 90, sabía de la asunción en el corto plazo a la presidencia nacional, del sonorense Damián Zepeda, un “junior” bueno para el negocio derivado de la política, no para la política, pero es de Sonora y de algo servirá a la entidad.

El empresario inmobiliario y dueño de gasolinerías, alborotó el ambiente al aparecerse en la reunión de costumbre del Comité Municipal del blanquiazul. Se sintió en las nubes Santiago Samaniego Rebollo con esa visita, acostumbrado como está a lidiar a “chipilones” azules o descontoneros tornasol.

José Ramón no dijo que va por cargos, pero es obvio. Genera controversia también, por su carga de experiencia increíble, que si la hubiese tenido en el ayer, cuando ganó la alcaldía guaymense, su trayectoria habría sido muy distinta.

Recordemos: José Ramón Uribe Maytorena y su hermano Francisco, se hicieron dueños del equipo de béisbol Ostioneros para sostener la franquicia que hoy permanece olvidada. A mitad de los años 80 poseía una moderna y nutrida flota camaronera. Su éxito en el mar le hizo pensar en aprovechar la oferta publicada por el Banpesca, banca oficial de apoyo a las pesquerías y su infraestructura, para adquirir un par de atuneros.

No sabía que mediría fuerzas con dioses del Olimpo de la época, entre ellos funcionarios de la todopoderosa Televisa, parientes de “El Tigre” Emilio Ascárraga, el papá del Emilito hoy despedido de la televisora. Tan mal le fue que hasta por fraude lo acusaron y un comando armado llegó a su casa en San Carlos, lo “levantó” y lo llevó al reclusorio Oriente de la Ciudad de México, donde permaneció un año y aún tras rejas, mostró su liderazgo ayudando a todo mundo.

En 1990 recupera su libertad con la obligación pactada, ni modo, de olvidarse de los túnidos. Entonces Acción Nacional, que crónicamente padece de escasez de candidatos, le propone incursión en política y en noviembre de ese año oficializa que va por la alcaldía.

Fue un gran revuelo. Joven, educado, reflejo del hombre de éxito con ropa de sastre y autos deportivos de lujo, todo mundo se le rindió, excepto la nomenklatura tricolor que reprochaba su traición: tres años antes financió campañas de figuras como Donaldo Colosio o Manlio Beltrones, y ahora estaba del otro lado.

Lo presionaron, pero se les revirtió. Recuerdo un discurso de José Ramón ridiculizando al partido al que acusaba de tener 6 décadas explotando y saqueando el país –así se decía entonces del PRI—y alguien le llevó un chisme surgido de las oficinas de coordinación de campaña, establecidas en la oficina de Javier Villaseñor Maytorena, ese chambeador viejo propietario entonces de la Lechería Fátima, pero “El flaco” hizo breve alusión al chisme expresando que “ni leche le deberíamos comprar”.

A los días dimensioné el liderazgo de esa figura: el propio Javier, premiado más tarde con la diputación federal suplente –titular después, a la renuncia de Julián Luzanilla--, me comentó que sus ventas del albo lácteo habían caído en más del 25%.

Le fue fácil pasar sobre Manuel Ibarra Legarreta, el candidato tricolor impuesto por Miramar y combatido por Miramar mismo, quien había sido ungido por su tibieza y aplastado por lo mismo. Así, en julio de 1991 ganaba la elección de calle.

Todavía Florentino López Tapia, alcalde saliente, aceptó darle el certificado de mayoría, calificado entonces por esta autoridad, pero bastaron unas semanas con mitines en la plaza de los Tres Presidentes para dar marcha atrás.

Uribe habría tomado posesión y comenzado una brillante carrera política, pero un error lo perdió: midió fuerzas de nuevo con gente grande. Manlio Fabio Beltrones en este caso. Gritarle a un gobernador como el originario de la colonia Irrigación, hoy municipio de Benito Juárez, no era cualquier cosa.

Menos haría caso a la gente de Miramar, así que se optó por el Concejo –así, con “c”-- Municipal donde el alcalde sería el industrial Jorge Álvarez Gaxiola, suegro del ejecutivo maquilero y regidor Enrique Hudson, con Pedro Romano Terrazas de síndico.

Pero apareció el legendario Diego Fernández de Ceballos, aún hoy sobresaliente en la política nacional, y exigió respeto a los resultados. Enterado de la circunstancia tan preocupante para los capitanes de la economía regional, aceptó el Concejo y así llegó a la presidencia el caballeroso Felipe Rivadeneyra, recordado por su bonhomía y esforzado desempeño.

José Ramón se molestó, por supuesto. Ganó él con su carisma y recursos. La insurgencia siguiente se resolvió “descubriendo” la autoridad malos manejos municipales y que el dinero producto de ilícitos se depositaba en cuentas del personaje aludido en el Banamex de San Carlos.

A punto de ir a prisión, Uribe fue a México a carearse con el “Jefe Diego”, quien le explicaba las cosas pero todo terminaba en la víctima propiciatoria para satisfacer a los dioses. El cordero era José Ramón, quien le habló fuerte a Fernández.

En una ocasión detuve al ya legendario Diego saliendo de La Noria, en el hotel Armida del “Chino” Zaragoza, y le cuestioné del tema. Me confirmó la versión del “agarre” con José Ramón y señaló que se le puso impertinente. En síntesis, Uribe lo acusaba “de venderlo en canal” para entregarle la alcaldía al PRI y la respuesta, me dijo Diego, fue: “Yo, con todo respeto, le menté la madre”.

Allí terminó esa relación que hubiese llegado lejos.

De Manuel Ibarra Legarreta luego se supo que le dieron un puestito de Delegado de Turismo en San Carlos y años después, llegado el grandote cananense Armando López Nogales a la gubernatura, lo rescató haciéndolo secretario de Infraestructura Urbana, de donde pudo hacerse de una buena pensión para vivir hoy con holgura en Hermosillo.

Hoy, la irrupción de JR preocupa a los mismos que se preocuparon ayer.

Hará ruido. No ganaría, pero complicaría el “establishment” que ha hundido a Guaymas y peor con el actual gerente sentado en la principal oficina del palacio de piedra. Su incursión encarecerá la campaña. Lo bueno es que obligaría al PRI a ir por gente probada en capacidad y honestidad, hasta donde se puede en política.

El tricolor se traería por ejemplo, a Carlos Zataráin. O a Antonio Astiazarán, pero el promotor de energía renovable para mejorar el nivel de vida de los sonorenses transita hacia una senaduría.

El PAN, al confirmar que su principal enemigo es el actual trabajo municipal que ni la basura puede retirar, piensa igual que el PRD: aliarse. Le cayó de perlas a David Galván el acuerdo nacional que también suma a Movimiento Ciudadano –el partido de Dante Delgado ha demostrado seriedad en sus encomiendas electorales—, porque ahora piensan en triunfo. Solo faltan candidatos, por eso llega Francisco “Paco” Bueno Ayup a explorar el puerto de puertos, tras sus escandalosas experiencias en altos niveles políticos de Querétaro, CDMX y Durango.

El PRI jugaría entonces con Susana Corella –ojo: podría repetir en el 04--, pero pensando en opciones como el “Bebo”, y no descarta aún que uno de los Claussen –Otto ó Enrique—esté en una esquina del ring interno.

Creo que será Zataráin, quien resolvió en 2003 la gran deuda municipal, creó los visionarios desarrollos urbanos al norte, descontaminó la bahía de Guaymas y dejó el camino andado a Toño Astiazarán para hacer el gran malecón de lujo que ningún puerto del país tiene, y que Lorenzo de Cima ha convertido en muladar.

El PRI solo debe garantizarle a Zataráin, o a Astiazarán, si es el caso, un partido unido, porque cuando ha perdido el tricolor es por pelear consigo mismo.

Le saludo.