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Preguntas sin respuesta

CD. DE MEXICO.- Para mí, la duda sobre si fue accidente o atentado continúa. La información de la fuente sólo me permite plantear preguntas, como las que ya hice.

Al momento de sentarme a escribir estas líneas, han pasado exactamente 48 horas desde la explosión en el edificio B2 del complejo administrativo de Pemex. Con la información disponible es imposible inclinarse por una explicación del estallido.

Las únicas certezas son que, lamentablemente, han fallecido hasta ahora 33 personas con motivo de la explosión y que varias más están graves. Asimismo, hay un número no determinado de desaparecidos.

Accidente o atentado —seguramente lo sabremos en las próximas horas—, el estallido en Pemex es una prueba para todos.

En primer lugar, para la autoridad, que tendrá que atender las necesidades de los deudos y las víctimas que trabajan para esta empresa paraestatal, así como dar una explicación completa y objetiva del suceso y enfrentar sus consecuencias.

En segundo lugar, para la oposición política, corresponsable de la conducción del país —aunque a ratos se le olvide—, y cuyo comportamiento en torno de estos hechos servirá para saber si hemos superado la etapa del enfrascamiento estéril y la conveniencia partidista o estamos en una nueva era, marcada por el pluralismo con visión de Estado.

En tercer lugar, para los medios de comunicación, que deberán demostrar si es mayor su afán por ahondar en los hechos —a fin de aportar la precisión y el contexto informativos necesarios para el debate y la toma de decisiones en democracia— o por perderse en el sensacionalismo y la atribución de culpas.

Y en cuarto lugar, para la sociedad, que podrá distinguirse por la solidaridad con las víctimas y la exigencia ciudadana de que aquello que sucedió el jueves 31 de enero se explique y no se repita, o bien, rendirse ante la especulación y la suspicacia y dar alas a quienes, aun en los momentos de tragedia, no dudan en llevar agua a su molino.

La actuación hasta ahora del gobierno federal ha sido de claroscuros.

Sería mezquino negar la velocidad de la reacción inicial. A diferencia del gobierno de Miguel de la Madrid, que se paralizó ante los terremotos de 1985, el de Enrique Peña Nieto no perdió el tiempo.

En pocos minutos los principales funcionarios del gabinete empezaron a llegar a la Torre de Pemex, lo cual habla de buena coordinación, capacidad de decisión e información puntual. El gobierno sabía que se había producido una tragedia de gran magnitud, con muchos muertos y heridos, y que era necesaria su presencia en el lugar, incluida la del Presidente.

El gobierno tampoco dudó de informar rápidamente mediante las redes sociales, que se han convertido en un conducto directo con la ciudadanía y los medios de comunicación. Lo que hasta hace algunos años hubiera sido el lento proceso de elaborar y revisar comunicados de prensa ha sido acortado mediante el uso de las cuentas de Twitter de dependencias públicas y funcionarios.

Correcta ha sido también la preocupación del gobierno por las víctimas. Los gestos, las palabras y la presencia de Peña Nieto en los hospitales no sólo sirvieron para dar alivio a los heridos, sino que tranquilizaron a la opinión pública, generalmente escéptica de la capacidad de los políticos de conmoverse y mostrar interés por algo que no sean sus necesidades particulares e inmediatas.

Ahora, ¿qué ha fallado? Desde mi punto de vista, una información tan contundente y clara como la capacidad de reacción mostrada.

El gobierno federal no dudó en asumir el control de la emergencia —relegando rápidamente a un plano secundario a las autoridades capitalinas y delegacional, como legalmente procedía—, pero se entrampó en la designación de sus voceros.

En cosa de 28 horas tuvo tres portavoces: el secretario de Gobernación, el director general de Pemex y el procurador General de la República.

Si cada hombre tiene su estilo, en momentos de apremio o tragedia esos rasgos personales se notan más. El uso de tres voceros impidió la uniformidad del mensaje, por más que el gobierno haya sido consistente en no abrir la puerta a las especulaciones y en poner como prioridad la atención a las víctimas.

La cautela informativa obra como un arma de doble filo. Por un lado, permite que el gobierno sea dueño de su silencio y no esclavo de sus palabras, pero ante una sociedad ávida de información —y, ya lo dije antes, sospechosista al extremo y capaz de poner a volar las más desquiciadas teorías de la tragedia—, la contundencia informativa ausente se vuelve terreno fértil para la construcción de mitos.

Me parece que el gobierno falló en el descarte de las explicaciones que se iban acumulando. Algunas eran simples fantasías, pero otras tenían sustento o razón para ser tomadas en cuenta.

Por ejemplo, el líder sindical Carlos Romero Deschamps sostuvo que el estallido se debió al sobrecalentamiento de unas calderas. Hasta el momento de escribir estas líneas, nadie en el gobierno ha confirmado o desmentido que hubiera calderas en el complejo administrativo, aunque la investigación de algunos periodistas haya revelado que no es así.

Habían pasado ya varias horas cuando el procurador Jesús Murillo Karam atajó una de esas versiones, surgida en los medios, de que la explosión en realidad había sido una “implosión” provocada por la presencia de un contenedor de gas halón en desuso. Murillo rechazó la veracidad del dicho. El procurador también aportó un dato relevante: en la explosión en Pemex no hubo fuego.

Aun así, se quedaron muchos descartes sin realizar. Funcionarios y ex funcionarios de Pemex informaron a periodistas —entre ellos me incluyo—que en el edificio B2 no había instalaciones o ductos que pudieran estallar, al menos con esa fuerza. Al momento de escribir estas líneas, esto no ha sido confirmado o desmentido oficialmente por el gobierno federal.

Personalmente celebro el compromiso del procurador Murillo con una investigación seria, objetiva y completa. “El gobierno federal está determinado en encontrar la verdad de los hechos, sea cual sea”, dijo el viernes por la noche, al ofrecer resultados en un día o dos.

Los resultados de las pesquisas no se habían dado a conocer al momento de escribir estas líneas, pero la seriedad del político hidalguense, confirmada muchas veces en público, me hace pensar que en las próximas horas tendremos información concluyente.

Por mi parte, no he dejado de reportear desde el jueves por la tarde. He tratado de hablar con cuantas personas me puedan aportar un dato sobre los hechos en Marina Nacional, aunque tengo claro que los resultados del peritaje tendrán un peso muy importante en la formación de la verdad histórica.

La explicación completa de este suceso me parece fundamental. Haya sido accidental o intencional el estallido, tendrá muchas consecuencias para el país, además, por supuesto, del dolor y la alteración de la vida de los deudos y las víctimas.

Una parte de mi trabajo es observar. Otra es preguntar. No creo que evitar la especulación en este caso sea sinónimo de quedarse callado en espera de que se dé a conocer el resultado del peritaje.

He registrado mis observaciones y preguntas en las redes sociales para que quede constancia de ellas.

No puedo dejar de notar alguna similitud entre los efectos de la explosión en Pemex y los daños causados por actos —intencionales, esos sí— en las Torres Gemelas de Nueva York en 1993, en la AMIA bonaerense en 1994, en Oklahoma City en 1995 y en Oslo en 2011. En todos esos casos el agente explosivo fue el nitrato de amonio. Para ser completamente claro, fue un alto ex funcionario de Pemex quien pidió que me fijara en esas similitudes.

¿Es esto suficiente para explicar lo sucedido el jueves pasado en Pemex? No. ¿Me consta que el estallido haya sido intencional? No.

Para mí, la duda sobre si fue accidente o atentado continúa. La información de la fuente sólo me permite plantear preguntas, como las que ya hice: ¿Es cierto que no existen instalaciones o ductos en el B2 capaces de generar una explosión que haga volar por los aires placas de concreto? ¿Hay alguna evidencia del uso de nitrato de amonio en la zona afectada?

Son preguntas sin respuesta. (Tomado de Excelsior)