LOS CLAROSCUROS DE ONESIMO
La historia de Onésimo Cepeda es chueca desde que nació, pero nada detuvo jamás al obispo de Ecatepec, el jerarca religioso más frívolo que hay en México, para vivir en las antípodas del comportamiento religioso.
Los claroscuros en su vida desde que nació. Ofi cialmente fue el 21 de marzo de 1937, pero él celebra su onomástico el 25 de marzo de 1936. La primera fecha es la que tiene en su portal la Conferencia Episcopal Mexicana que lo acredita como oriundo del Distrito Federal, y la segunda es el acta que muestra como prueba de nacimiento… en Monterrey.
Sus primeros 33 años de vida los utilizó para ser corredor de bolsa y banquero, asociándose con Carlos Slim para fundar lo que hoy es Inbursa. A esa edad, la misma en la cual murió Jesucristo, tomó los hábitos y se convirtió en el secretario particular del obispo rojo, Sergio Méndez Arceo. En nada de tiempo giró su vida pública del capitalismo puro y explotador del pueblo, al acólito del primer gran vocero mexicano de la Teología de la Liberación y su opción por los pobres.
Onésimo Cepeda ha sabido navegar en los dos mares, y benefi ciarse política y económicamente, ayudando al mismo tiempo a sus súbditos religiosos.
Su arquidiócesis es la de Ecatepec, el municipio más densamente poblado de México en los suburbios del norte de la capital federal, para cuya iglesia exprime a los ricos para que aporten sus caridades y que la mantengan reluciente para benefi cio de los parroquianos.
De algunos recibe igualas mensuales y favores materiales, como complemento de sus diezmos.
Cohabita con Dios y con el Diablo.
Capellán de los poderosos –casó recientemente al primogénito de su viejo socio Slim–, también es un broker político que utiliza las mismas técnicas de relaciones públicas que asesores y consultores, para acercarse a los poderosos del momento y benefi ciarse de su cercanía.
Sus vínculos son poderosos: la fi esta, el vino y las componendas políticas. Dada la ecuación, a nadie extrañó que del gobierno de Felipe Calderón, su amigo más cercano fuera el infortunado secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, tras cuya muerte fue uno de quienes consoló a su hoy viuda.
Cepeda, como fi no subproducto del viejo régimen, tiene tentáculos en todas partes. Carlos Ahumada, el defenestrado empresario que fue mecenas del PRD, escribió en su libro “Derecho de Réplica” que fue Cepeda quien lo presionó para que financiara la primera campaña del priísta Eruviel Ávila para la presidencia municipal de Ecatepec.
Ahumada inyectaba recursos de manera ecléctica a los políticos, y luego cobraba con contratos de obra pública.
En el caso de Ecatepec, Cepeda resultó un coyote bien bragado, que le pidió comisión a Ahumada por las obras en el municipio.
El obispo de Ecatepec, donde lo puso Juan Pablo II, es parte del paisaje político nacional. Es un hombre robusto de más de 1.85 metros de altura, sobre cuyo pecho siempre cuelga un enorme medallón de oro. Miembro de la élite eclesiástica que se codea con la plutocracia local, en la misma clase que el arzobispo primado de México, Norberto Rivera, o Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, Cepeda, a diferencia de ellos, no nació pobre ni creció humilde, sino entre sábanas de satín.
En este mismo espacio se publicó en mayo pasado que el obispo de Ecatepec es un bon vivant. No de advenimiento reciente, sino de antaño, que suele pedir –a cargo de la cuenta de su compañero de mesa– botellas de vino Petrus de 15 mil pesos. Buen comedor y bebedor, también es un irrefrenable coqueto con las mujeres guapas.
Hay mujeres que se quejan y otras se sienten halagadas por los lances del obispo y las cosas que les llega a decir.
“Si no fuera sacerdote, ¿te imaginas lo que podríamos hacer?”, le dijo en una ocasión a una de ellas. A diferencia de otros padres coscolinos, Cepeda no se ruboriza ni tiene pruritos morales aparentes para tener esos atrevimientos, ni para quedárseles viendo libidinosamente al busto.
En ese sentido es único. Le encanta el golf y juega regularmente con Slim. Es fanático de los Diablos Rojos de México –no levante las cejas, por supuesto que no puede ser coincidencia–, y de los Diablos de Toluca –una ratifi cación metafísica por si tenía dudas–. Pero de lo que es un amante es de la feria taurina.
Es el capellán de los toreros, y siempre, cada lunes, aparece su fotografía desde el tendido de sombra en los periódicos después de una corrida en la Plaza México. Hace unos pocos domingos, en el mismo coso, se cruzó con su destino, mundanamente, en el baño.
Ahí coincidió con el abogado Xavier Olea. No se sabe si se vieron. Lo que sí se sabe es que no cruzaron palabra. Olea representa a Olga Azcárraga Madero, que ya murió, en un caso imbricado y altamente mediático, que se refi ere a un préstamo de 130 millones de dólares en efectivo de Cepeda a quien fuera hermana de Rogerio Azcárraga, propietario del Grupo Radio Fórmula.
El caso está ligado a la extracción de la casa de Azcárraga Madero de 130 obras de arte tras su muerte, por parte de Jaime Matute, administrador de la empresa Arthinia Internacional, registrada en Panamá y de la cual ella era presidente del Consejo de Administración, por lo que él y Cepeda fueron acusados de fraude procesal por la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal.
El caso lleva tiempo en los tribunales y los dos se fueron amparando para evitar ir a la cárcel. A Cepeda se le acabaron los recursos legales, y los celestiales, como el apoyo de la grey católica, no le alcanzaron terrenalmente. Hace una semana las autoridades capitalinas obtuvieron una orden de aprehensión que se debía ejecutar este viernes. No se pudo cumplir con la orden porque Cepeda ingresó al hospital, y se reportó que tenía un infarto.
Todo el proceso judicial se congeló, y les permitió a sus abogados presentar un nuevo recurso de amparo. En esa frágil línea entre la libertad y la cárcel se encuentra el obispo, quien enfrenta uno de los más grandes claroscuros de su vida, cuando las élites a las que procuró, cultivó y de las que lucró, están divididas entre el cariño de los años con la cercanía, y el oculto deseo que Cepeda pague, algo cuando menos, por todo lo que les sacó con sus chantajes morales. O sea, justicia divina, pueden clamar, una especie de penitencia.
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