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Don Fernando, la leyenda

CD. DE MEXICO.- ¿Quién no lo desea? ¿Quién que haya servido a la república una vida no tiene ese mérito y derecho propio?

Ya para ese 1993 habían transcurrido más de 43 años de servicios a la nación de este centinela de la nación que hoy día, paradójicamente, el aparato de poder federal lo mantiene en el olvido al igual que en la propia tierra que lo vio nacer.

Ni a Fox, Calderón, al mismo Peña Nieto, éste por encargo de Carlos Salinas, interesó e interesa revivir el legado de este gran hombre ¿Para qué?, como diría Fidel Herrera Beltrán, quien siempre odio a don Fernando, legado que equivocadamente adopta el propio Javier Duarte.

Y sí.

Quería ser presidente de la república y así lo hizo saber a su grupo de interés.

Si no mal recuerdo era domingo. Día de Reyes de un frio enero de 1993. El con su gabardina beige, abajo un saco a cuadros cafés, suéter blanco cuello tortuga.

A don Fernando le gustaba caminar en el traspatio de Gobernación, del lado de Abraham González.

“Este año se decide la sucesión”, dijo. “Hay que ir preparando todo y dejarlo listo hacia el último tercio del año”.

Al día siguiente don Fernando salió muy temprano de su casa de Santiago Apóstol en San Jerónimo, tal como acostumbraba ya que el tráfico en el Periférico era infernal.

Eran las 7:10 de la mañana de ese lunes cuando recibió una llamada de Los Pinos. El sueño se venía abajo. A las 8:30 de la mañana presentaba su renuncia donde subrayaba la sabia virtud de conocer el tiempo.

Para él su tiempo era el retiro.

Ese político tan amado como temido, el de la mano de hierro con guante de terciopelo, sirvió a la república por más de cinco décadas.

Se cumplen 14 años de la muerte del veracruzano pero siempre se mantendrá vivo en la memoria de sus amigos Ramón Ferrari, Ponce, Jorge Uscanga, Fredo Algarín, García Mercado, Laura y Vicky, Manlio y sus ayudantes Toño y Rubén y también de su honorable familia que ha guardado decorosa discreción ante el ominoso silencio oficial.

Y es que de don Fernando no se ha dicho ni escrito lo suficiente. Acaso se responde a un empeño malintencionado por esconder la vida y obra del llamado  “Caballero de la Política”.

No sé.

La realidad es que su trágico fin se marcó ese lunes 30 de octubre del 2000 cuando sorpresivamente no regresa de la anestesia tras una “exitosa” operación de baypass, misma que dejaría una enorme incógnita particularmente cuando el viernes anterior había festejado su cumpleaños en familia y amigos y se le vio pleno.

Fue una situación inédita que sigue moviendo a la duda, al igual que ese sospechoso secuestro de Estado en donde salieron a relucir los nombres de Ernesto Zedillo y el general Carrillo Olea como gestores intelectuales del plagio.

Como sea.

Don Fernando Gutiérrez Barrios sigue al paso del tiempo ahí presente.

Y nunca será necio el recuento.

A 14 años lo seguimos escudriñando en sus  claroscuros “porque la política no la hacen las damas de la caridad, sino los hombres”, decía quien empeño su vida al servicio a la república. El trabajo era de día y de noche… “A descansar al panteón, ahí tendremos mucho tiempo”, sostenía.

Sirvió al sistema por más de cinco décadas y aún se extraña esa capacidad de gestión en momentos en que la república estaba tan convulsa. Acaso el sistema político nacional no estaría tan polarizado si se recordara la premisa de privilegiar la negociación, el respeto al disenso, el abrir paso a la pluralidad y poner fin al poder vertical.

El hubiera no existe, pero la seguridad nacional seguiría siendo el mejor activo y baluarte de la república.

Para estas generosas tierras veracruzanas, cuna del liberalismo, sólo fueron dos años de gobierno -1987-1988- donde el dilema era determinar que perduraría más en el pueblo si la obra política o la obra pública.

Se decidió por la primera.

Siempre discreto, político de resultados, este jarocho, nacido a finales de los 30 –del siglo anterior- le tocó vivir y participar en los más importantes cambios políticos, y sociales de la segunda mitad del siglo XX.

Y es ese escenario ahí enhiesto y con resultados se mantendría ese hombre de aspecto zorruno, de mirada enigmática y presencia impecable –como diría Aguilar Camín- “de galán de los cuarenta”.

A don Fernando se le recuerda desde la época de Miguel Alemán padre. Es quien lo llama para que forme parte de un grupo de élite responsable de la seguridad presidencial.

Así, el joven cadete del Colegio Militar, con grado de capitán, se incorpora a lo que después sería Guardias Presidenciales y la Sección 2 con Adolfo Ruiz Cortines, en el marco de una larga guerra fría donde cobra el auge el espionaje.

Tocaría al veracruzano organizar los servicios de inteligencia e investigaciones políticas y es en ese escenario cuando, a finales de los cincuenta, siendo presidente Adolfo López Mateos, empieza a transitar por las páginas más importantes de la historia de México por su relación con la guerrilla que encabezaba Fidel Castro.

Para Gustavo Díaz Ordaz era primordial tener todos los días en audiencia al director de la Federal de Seguridad, antes que recibir a sus secretarios de Estado.

Don Fernando era el pulso.

Ya desde entonces el ilustre porteño era considerado el hombre más informado de México. Es por ello que en los siguientes dos sexenios, los de Luis Echeverría y José López Portillo, lo ungen como subsecretario de Gobernación responsable de la seguridad nacional e integración territorial.

Para Gutiérrez Barrios el dinero nunca fue lo más importante. Vivió parte de su vida familiar en la colonia Roma. Y sería hasta la llegada a la Presidencia de Luis Echeverría en que se le ordena residir en el viejo pueblo de San Jerónimo, al sur de la ciudad, justo al lado de la casa del presidente.

Gutiérrez Barrios jamás se amafió con personajes de la política para cambiar de partido o tolerar la pretendida reelección de Salinas. Fue asimismo un persistente defensor del Estado laico. Bien sabía que la información era poder, pero todo su conocimiento y experiencia siempre estuvo a disposición de la institución.

En 1982, al dejar Gobernación marchó a Caminos y Puentes Federales. Muchos creyeron que era el retiro disfrazado, la jubilación… la tumba.  Pocos, muy pocos, olerían que desde ahí se pavimentaría el camino a Veracruz. “Yo soy como la humedad, que no me dejen pasar porque ya no me sacan”.

Vino la campaña, la toma de posesión y al pie de ese enorme despacho teniendo como marco la bandera, el escudo y una efigie de don Benito Juárez, el flamante gobernador musitó: ¡”He servido a la república por más de tres décadas; ahora toca a mi tierra!”.

A don Fernando le gustaba servir.

Estar en contacto con la gente. Ocasionalmente tomaba un par de tragos de Appleton State los fines de semana; también le gustaban las “manitas de cangrejo” y la Sarasa. El no cantaba pero le gustaba silbar.

“¡Solo rindo cuenta a los veracruzanos!”, decía este pulcrísimo hombre a quien jamás oí proferir maledicencias o amenazas. “Eso me lo enseñó mi padre”, un viejo revolucionario, villista, amante de la puntualidad… y hablarle de usted a la gente”.

En 1988, el 30 de noviembre, en el marco de su segundo informe de gobierno ante 23 gobernadores y de cara al pueblo veracruzano informa que ha sido invitado por el presidente para ocupar la Secretaría de Gobernación.

Sería su tumba.

Los tiempos por venir serían tan intensos como difíciles. Siempre de trabajo de alto riesgo, pero también de celo y envidia. Los entonces “tecnócratas del salinato” le echaron montón.

Un 7 de enero de 1993 hace pública su renuncia.

En los siguientes meses el gobierno se descompuso. La república también. Sobrevinieron los magnicidios de Posadas y Luis Donaldo Colosio. Ruiz Massieu también fue escandalosamente ajusticiado. Apareció la guerrilla. Se devaluó el peso. El país se le deshizo de las manos a Salinas.

El equilibrio se había perdido.

Con Zedillo las cosas no fueron mejor. El presidente de las filias y las fobias siempre odió a este sabio de la política. No lo quería. Su experiencia política le molestaba. Por ello desde la estructura de poder le organizaron un plagio el 17 de diciembre de 1997.

Al final de la pesadilla zedillista que termina con la entrega del poder a la reacción, nuestro personaje juega la senaduría. Arrasarían en votación histórica dejando noqueado a Dante.

Un año después, el lunes 30 de octubre del 2001 una noticia sacude a la república: “Fernando Gutiérrez Barrios se lleva a la tumba secretos de Estado”.

El político moría, nacía la leyenda.

Tiempo al tiempo.