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La crisis es de credibilidad

SAN CARLOS, GUAYMAS.- “Qué pronto se hace tarde”, decía el filósofo español Fernando Savater.

Si parece que fue ayer cuando la revista Time designó al presidente Peña Nieto la persona del año, otorgándole la portada y calificándolo como el “salvador de México”, por haber forjado el pacto con los partidos políticos rivales para hacer realidad el conjunto de reformas estructurales –energética, educativa, política, de telecomunicaciones, etc.-, que presumiblemente nos conducirían hasta ese primer mundo del que tanto se habla. Eran los días de vino y rosas, de euforia y panegíricos para el joven y carismático mandatario mexicano, días que se continuaron hasta la reunión de la asamblea de Naciones Unidas en Nueva York, en septiembre de 2014, a la que acudió, en la que hizo uso de la palabra y en la que recibió otro reconocimiento más.

Tres días después se inició el vertiginoso descenso. Septiembre 26, la tragedia de Iguala, el asesinato de varios estudiantes de la Normal de Ayotzinapa en un enfrentamiento con la policía y la posterior desaparición de 43 muchachos del mismo plantel, secuestro que, llevado a cabo por órdenes del edil igualteco y consumado por elementos policíacos –¿y por acción u omisión del ejército, quizás?- determinó la trepidante acusación de que “Fue el Estado”. Así pues, en un corto lapso de tres días, 72 horas, Peña Nieto y su régimen descendieron de la gloria al infierno, del “Mexican Moment” al “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”.

Septiembre del año pasado fue el mes fatídico para el sistema político mexicano, para un sexenio que apenas contabiliza una tercera parte y, para nuestra nación que “ya se cansó”, Murillo Káram dixit, de tanta podredumbre, de la galopante corrupción, de la impunidad, de los escándalos, uno tras otro, de las casas blancas y los confl ictos de interés, de la desigualdad y la violencia. Iguala y su antecedente, Tlatlaya, soltaron los demonios y provocan una crisis política que aunada a la económica, determinan la incredulidad en las instituciones nacionales, en el gobierno en el poder, en el presidente de la república, reacción ciudadana que no tiene para cuando acabar.

La concatenación de todo lo arriba descrito trastoca la estrategia del gobierno de Peña Nieto, basada en la pretensión de bajarle dos rayitas en términos de difusión a la violencia galopante que ensombrece a la nación, barriendo bajo la alfombra, para el caso, al gobierno paralelo que en muchas partes de la república constituyen los cárteles del narcotráfi co y la connivencia entre niveles de gobierno y la delincuencia organizada. En vez de decapitaciones, fosas repletas de ejecutados, desapariciones forzadas, etc., hagamos especial hincapié, enfaticemos los temas económicos, razonó el equipo de mexiquenses que ascendió al poder, salgamos al mundo exterior a proclamar el deslumbrante futuro económico que espera a México. La premisa de referencia determinó el predominio de los economistas en casi todos los órdenes de la presente administración. Como íbamos a “vender” a México en el extranjero, la Secretaría de Relaciones Exteriores se pobló de economistas en los puestos de primer nivel. El titular de la SRE, el subsecretario de Relaciones Exteriores para América del Norte, aquellos que detentan los principales liderazgos de la cancillería son ahora economistas, sustituyendo a los internacionalistas, a la gente de carrera del Servicio Exterior.

Se les olvidó a los estrategas que los problemas no desaparecen con el silencio y que la violencia y la inseguridad siguen siendo las principales amenazas de México. Olvidaron el apotegma del liberal John Locke que coloca al individuo por encima del Estado y que proclama que el Estado existe para proteger la vida, libertad y felicidad del pueblo, o más claramente, vida, libertad y propiedad.

¿Qué deja en claro la crisis que estamos viviendo los mexicanos?

-La crisis no sólo es política o económica, es básicamente de credibilidad.

-Iguala, Tlatlaya, el escándalo de las casas para personajes del régimen, las licitaciones amañadas, la corrupción sin freno y su origen, la impunidad; la irreductible violencia, todo ello deteriora enormemente la imagen de México, a nivel interno y sobre todo en el exterior. Salir a defender al régimen mexicano como ordena a cónsules y embajadores el primer mandatario, es poco menos que misión imposible ante la internacionalización de nuestros conflictos.

-Las violaciones a los derechos humanos son vistas ya con mal endémico de México.

-Es ya evidente la ineptitud del régimen de Peña Nieto para contener la crisis de credibilidad que se refleja no sólo en el gabinete presidencial –adepto pero inepto- dijo alguien por ahí, sino también en el propio jefe del ejecutivo, el que indudablemente no reaccionó asertivamente ante la tragedia de los normalistas de Ayotzinapa.

-El método de enfrentar adversas realidades ignorándolas, con la esperanza de que el correr del tiempo las sepulte, o bien mediante la toma de decisiones engañosas, ya no funciona en estos tiempos de redes sociales.

-Algunas medidas presidenciales no sólo no funcionan, son también risibles y contraproducentes al sonar a burla y subestimar la inteligencia de los ciudadanos. La reciente designación del zar anticorrupción Virgilio Andrade, para que investigue conflictos de interés, nombramiento que en sí es un conflicto de interés, es de comedia de pastelazos. El empleado enjuiciando al jefe que le otorgó el nombramiento. Al respecto dice María Amparo Casar, experta en anticorrupción del Instituto Mexicano de Competitividad, de la administración de Peña Nieto, que “atacar la corrupción no está en su ADN”.

-Efectivamente, como señala The Economist, en el gobierno de México “no entienden que no entienden”. En síntesis, el gobierno de Peña Nieto no requiere de aplausos, está urgido, más bien, de políticas de Estado. (Tomado de EXPRESO)

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