CD. DE MEXICO.- El desafío no procede de un peligro exterior, de una crisis financiera o de la espiral de violencia, pues las fronteras son más estables que nunca; la economía, aunque lenta, avanza, y la narcoguerra ha reducido su dimensión respecto a años anteriores.
Ahora, dicen especialistas, es reto es en lo interior, pues el país está inmerso en una crisis de confianza, pues los mexicanos ya no creen en los políticos y los políticos lo saben. El propio presidente Enrique Peña Nieto, cuya popularidad está cercana al suelo, admite el alcance de esta ola de “incredulidad y desconfianza” y, ante el vendaval, cuestiona su propio rumbo, declarando que debe considerarse “hacia dónde nos dirigimos” y sus pasos ahora son una incógnita.
Pero los analistas hablan del poco tiempo que le queda, el clamor es cada día más amplio. Algo se ha roto y la sentencia común es que “la patria se desmorona”, contrario al enorme impulso con el que el Ejecutivo inició su mandato y que debía detonar este año tras las reformas logradas.
Pero el programa de crecimiento se congeló con el verano, víctima de golpes certeros como la muerte a sangre fría de 15 civiles en Tlatlaya a manos de militares. Se ocultó el asesinato pero un testigo lo llevó a la luz, lo cual dejó en evidencia al todavía respetado Ejército.
La siguió la tragedia de Iguala, la matanza de los estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, donde sicarios y policías municipales se confundieron sicarios, exponiendo crudamente la connivencia entre el poder político y el crimen organizado.
Indefensas las víctimas, la brutalidad de los asesinos conjugó la complicidad de las autoridades para desatar una gigantesca ola de rechazo que convirtió a todo México en un dolorido clamor contra la barbarie.