GUAYMAS.- Desde el año de 1993 he estado vinculado a la atención de buques mercantes de todo tipo. Han sido 26 años en los cuales he sido testigo de incontables acontecimientos, tanto buenos como malos, pero de uno en especial les platicaré.
El buque tanque chileno “Vicuña”, fue construido en 1983. Era un barco que se encargaba del transporte de químicos y en Guaymas estuvo muchas ocasiones. No puedo precisar cuántas, pero sí fueron algunas visitas.
Precisamente en una de ellas, la nave en mención sufrió una desgracia – quizás el inicio de otras tantas más –, de la cual fui testigo presencial. Les platico:
A bordo venía tripulación exclusivamente chilena, recuerdo bien el nombre del capitán: Antonio Barrientos. Mi trabajo consistía en supervisar el embarque de miles de toneladas de ácido sulfúrico, cuyo origen era Nacozari de García, Sonora y el destino Antofagasta, estado central del país sudamericano, de manera respectiva.
Durante las cargaduras que tenían una duración aproximada de 20 a 24 horas, siempre buscaba entablar charlas con los tripulantes (en cualquier barco lo hacía) para que el tiempo corriera más benigno a bordo.
Allí conocí al jefe de cocina. Un chileno alto, robusto y con una pierna más corta que la otra, por ello su andar era irregular. La noche que bajó a tierra, amigablemente me dijo. “Amigo mexicano, ahí le dejé la cena y un sabroso postre ¡Disfrútelo!”, y contento partió a buscar diversión.
Regularmente se espanta el sueño y procuro salir a cubierta. Eran las 2 o 3 de la madrugada cuando divisé las luces de un carro cerca de la escala de acceso al barco, un taxi. (Era cuando aún permitían la entrada libre al muelle fiscal. Después del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York, el acceso es prácticamente imposible si no tienes nada qué hacer en la APIGUAY).
Del carro de alquiler descendió una persona de andar precario. Pude ver que era el cocinero. Aunado a su embriaguez, la cojera lo hacía caminar más vacilante. Empezó la subida por la escala y al llegar a la cima, se fue al agua. El buque apenas iniciaba su carga y traía una altura aproximada de al menos 15 metros.
Grité al oficial de guardia el clásico hombre al agua. Expliqué que una persona había caído entre el muelle y el casco de la noa. Lo buscaron exhaustivamente pero no apareció. El oficial incrédulo me preguntaba que si estaba seguro. Por supuesto le dije. Fue el cocinero quien se fue al agua.
Con la búsqueda llegó el amanecer y finalmente el cuerpo flotando fue encontrado en los muelles del transbordador. Su cuerpo fue repatriado a su país y lo mandaron en una enorme caja de madera en la cual iba dentro el ataúd.
Ese barco el Vicuña estaba predestinado a la tragedia. Otro par de eventos igual de graves sucedieron a bordo en viajes subsecuentes; pero el que finalmente marcó su destino sucedió un mes de noviembre del 2004, en un puerto brasileño. La nave buque tanque, explotó mientras descargaba químicos. De los 28 tripulantes, 4 murieron. Tres eran chilenos y uno argentino.
Esa fue la historia de un barco que desde que fue botado estuvo lleno de incidentes.
Acápite: a propósito del reciente derrame de ácido sulfúrico en la bahía y que Grupo México ha minimizado, la realidad puede ser diferente. En un curso que tuvimos hace años, se nos comentó que para neutralizar un litro de ácido, fíjense ¡un litro!, se requieren diez mil litros de agua potable. Saque usted sus conclusiones. Por tanto, si en realidad se vertieron tres mil litros, ocuparán 30 millones para dejarlo indefenso.