+ América Latina y sus acomodos políticos son analizados desde Europa
MADRID, España, 14 de febrero de 2021.- Las presidencias de Arce en Bolivia, Fernández en Argentina, López Obrador en México y un eventual triunfo de Arauz en Ecuador son evidencia del tibio resurgir del progresismo regional. El desafío es superar el lastre de los padres fundadores del ciclo dorado del inicio de siglo
Estaba tan desconectado de Ecuador que el pasado domingo ni siquiera pudo votar en las elecciones que ganó. Pero Andrés Arauz, el candidato de la izquierda que se impuso con un margen de más de diez puntos en la primera vuelta de los comicios presidenciales, se ha convertido en la última figura de un nuevo auge de los proyectos progresistas en América Latina.
Estaba empadronado en México y el aparato del expresidente Rafael Correa, quien no pudo presentarse por estar condenado a ocho años e inhabilitado, organizó in extremis su regreso al país andino. Arauz es un político joven, apenas tiene 36 años. Sin embargo, las urnas demostraron que las simpatías por el llamado socialismo del siglo XXI aún no se han apagado y ahora encarna una nueva esperanza para sus aliados internacionales, que confían en afianzar un nuevo eje de izquierda en la región.
El golpe de campana fue en diciembre de 2018 en México, con la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), y Claudia Sheinbaum como alcaldesa de la capital. Un año después, ganó en Argentina el kirchnerista Alberto Fernández, tras un mandato de cuatro años del conservador Mauricio Macri. El pasado octubre, el Movimiento al Socialismo (MAS) volvió al poder en Bolivia con Luis Arce tras un año de convulsiones marcado por el gabinete interino de Jeanine Áñez. En Argentina y Bolivia fue clave el empuje de Cristina Fernández de Kirchner (que acompaño a Fernández como vicepresidenta) y de Evo Morales, quien había sido forzado a dimitir por el Ejército y abandonó el país en medio de acusaciones de fraude. Ambos representan la generación de los padres fundadores, gobernantes que a partir del año 2000 dominaron Sudamérica, junto con Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, Hugo Chávez en Venezuela o el propio Correa en Ecuador. Este es el impulsor de Arauz, que partía como favorito y ahora busca confirmar su victoria en segunda vuelta para dejar atrás la etapa de Lenín Moreno, a quien el correísmo ve como un “traidor”. Se ha dado un relevo de nombres que en parte es también generacional. Pero al mismo tiempo estos líderes han sabido aprovechar los errores de sus oponentes.
“Para empezar, la izquierda ha tenido un reacomodo después de un período de gobiernos en el que fue cooptada por elementos corruptos. Y no hablo solo de Correa y el exvicepresidente ecuatoriano Jorge Glas [detenido por el caso Odebrecht], también del caso de Brasil y Argentina. La izquierda está tratando de reacomodarse después de una etapa en que los electores la rechazaron y ahora han sabido aprovechar los errores del establishment”, apunta el consultor Sergio Guzmán, director de la consultora Colombia Risk Analysis. “Han tratado de convencer a los votantes con una idea contrafactual de que si ellos hubieran estado al frente del país en medio de la pandemia lo hubieran hecho mejor”, continúa.
El triunfo del peronismo en Argentina sacudió el tablero sudamericano, hasta ese momento dominado por un eje conservador liderado por Brasil, Chile y Colombia. El kirchnerismo es emergente del movimiento fundado por Juan Domingo Perón en los años cuarenta, que agrupa a tendencias de izquierda junto con grupos sindicales conservadores y sectores de la ultraderecha. Con los Kirchner se inició en 2003 el periodo del “peronismo progre”, interrumpido por Macri en 2015. En esta segunda nueva etapa, Fernández debe jugar al equilibrista entre aquellas tensiones históricas del movimiento, ubicándose en un centro moderado en lo económico y progresista en lo social, con la ley del aborto aprobada en diciembre pasado como bandera de este juego de ambivalencias.
Fernández es un dirigente de más de 60 años, con mucho recorrido en la política, pero el peronismo de izquierda apuesta ya a figuras más jóvenes, como el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, de 49. El distrito más rico y poblado del país es un campo minado para las figuras ascendentes, pero el exministro de Economía de Cristina Kirchner confía en que saldrá airoso. Serán clave el resultado de las elecciones legislativas de mediados de este año, termómetro de cualquier gestor con aspiraciones presidenciales, y hasta donde logre dominar los estragos de la pandemia.
“Da la impresión de que en la región hay una nueva oportunidad para las izquierdas, en plural”, dice Gilberto Aranda, académico en la Universidad de Chile. “Pero no pienso que estemos en un ciclo como el que inició en 2000. El proyecto de la izquierda sigue siendo el de la justicia social, algo tan necesario en esta parte del mundo, pero tiene como talón de Aquiles que se ancla en figuras sempiternas. Debe entender que suma más posibilidades si tiene una renovación real de las dirigencias, que los nuevos líderes no deben elegirse a dedo. Arce ha marcado en Bolivia un triunfo con ese primer aliento fundacional, que es Evo Morales, pero diferenciándose de él. La izquierda hiperpresidencialista debe escuchar a las bases, ir de abajo hacia arriba, y entender que la gente está harta de las ventajas y las corruptelas de la política”, explica Aranda.
La indignación ha estructurado, por ejemplo, el discurso de Verónika Mendoza, aspirante a la presidencia de Juntos por el Perú que concurrirá a las elecciones del 11 de abril, que coinciden con la segunda vuelta en Ecuador y las constituyentes de Chile. Esa misma línea caracteriza al excandidato presidencial y líder opositor colombiano Gustavo Petro, que busca volver a intentarlo en los comicios de 2022. La diferencia entre ambos es que Mendoza, de 40 años, tiene proyección potencial por delante –el diario La República la situó entre los tres favoritos- a pesar de llevar una década en la primera línea de la política, mientras que Petro, exguerrillero del extinto M-19 y senador, ya demostró en 2018 que no pudo convencer a los sectores de centro necesarios para ganar en una segunda vuelta.
El caso de Venezuela ni siquiera se encuadra en un resurgimiento de un eje progresista. Si el expresidente fallecido Hugo Chávez fue un símbolo, a pesar de todas las críticas, de la primera ola de una revolución bolivariana, su sucesor, Nicolás Maduro, convirtió ese proyecto en una catástrofe de gestión económica, crisis institucional y emergencia social.
Argentina, en tanto, abrió sus brazos de inmediato a Bolivia y el presidente Fernández ha hecho campaña por Arauz. Ha habido también un intento de formalizar un eje Buenos Aires – Ciudad de México, sin que haya cuajado hasta ahora del todo. Brasil, en tanto, se fortalece como la gran excepción al giro izquierdista, con el ultraderechista Jair Bolsonaro firme en los sondeos. Que Guilherme Boulos consiguiera disputar la segunda vuelta de las elecciones para elegir alcalde de São Paulo, la ciudad más rica de América Latina, el año pasado, es lo más excitante que le ha pasado a la izquierda brasileña desde que Bolsonaro llegó a la Presidencia. Los progresistas no se han recuperado todavía del demoledor golpe que supuso la destitución de Dilma Rousseff y el encarcelamiento del expresidente Lula. Aunque el Partido de los Trabajadores (PT) tiene el mayor grupo parlamentario y conserva músculo organizativo, aún es muy odiado. La izquierda no ha logrado encontrar su lugar ni su voz en un Brasil que ha girado claramente a la derecha.
Tres son los nombres que destacan, viejos conocidos en su país. El mencionado Boulos, dirigente del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), una pequeña escisión de PT que gana adeptos; Fernando Haddad, del PT, hegemónico durante dos décadas, y Ciro Gomes, miembro de un clan político del estado de Ceará y cara visible del Partido Laborista Brasileño. Los tres han sido candidatos presidenciales, pero ninguno ostenta en este momento un cargo público que les garantice un espacio en el debate nacional.
Un anuncio hace unos días de Lula, tan carismático como detestado, ha enrarecido el ambiente en la izquierda. Como el Tribunal Supremo sigue sin decidir si restaura sus derechos políticos, el expresidente designó a dedo a Haddad como candidato del PT para las presidenciales de 2022 si él mismo no pudiera concurrir. Boulos recibió la decisión como una patada en el estómago. “Defiendo que la izquierda busque la unidad para enfrentarse a Bolsonaro. Para ello, antes de lanzar nombres, debemos discutir el proyecto”, disparó en un tuit el más joven del trío.
Incluso bajo la sombra de Lula, Haddad es el que tiene la mayor proyección nacional, un asunto importante en un país tan enorme como Brasil, donde las dinámicas políticas son a menudo locales. El candidato del PT, que con el 45% de los votos fue derrotado por Bolsonaro hace dos años, dejará de dar clases en la universidad para centrarse en los comicios. (Escribe: Naiara Galarraga Gortázar)