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Fue infundio, no alcoholismo

Bartlett: represión a Impacto

          Carlos ramírez dice que 1) Pues al final de cuentas, resulta que Carmen Aristegui fue una opinadora sin freno pero una mala periodista de investigación. En realidad, la comunicadora nunca hizo ningún intento profesional por confirmar la información del supuesto alcoholismo presidencial, sino que usó la versión de Gerardo Fernández Noroña para el uno-dos.

Pero como casi siempre ocurre en periodismo, la veracidad sale a la luz. La versión del alcoholismo presidencial fue una invención política de un asesor cercanísimo a Andrés Manuel López Obrador: el periodista Federico Arreola, hoy aún articulado a los intereses políticos del tabasqueño.

El propio Arreola acaba de aclarar que lo del alcoholismo fue una volada. E ingenuamente Aristegui cayó en la trampa. En su columna en El Sendero del Peje, el pasado jueves 10 de febrero, el también ex asesor de Luis Donaldo Colosio confirmó ser el origen del infundio contra Calderón:

"Acepto que fui el que inició el rumor del alcoholismo de Felipe Calderón. Lo hice en 2006, en el programa radiofónico de Joaquín López-Dóriga, después de que Calderón me calumnió miserablemente. A una mentira respondí con otra. Hice mal, lo reconozco. No hay más que decir.

"Como no hay ninguna evidencia que Calderón sea alcohólico, al menos yo no la conozco, afirmo que no lo es."

Así de simple. Sólo que así de complicado varios columnistas políticos, sin confirmar la versión, tomaron el infundio de Arreola y lo dieron por cierto. Y desde hace cuatro años ha circulado en columnas sin que nadie lo haya probado. Lo grave del asunto ha sido la comunicación goebbeliana: basta repetir mucho una mentira para convertirla en verdad. El periodismo de noticias, de difusión y de crítica requiere de la veracidad de los hechos. Y Aristegui, amiga de Arreola, sí tuvo conocimiento de que la versión del alcoholismo había sido un infundio. Por tanto, Aristegui fracasó como periodista aunque cumplió su tarea como bocina de Fernández Noroña y, obviamente, López Obrador.

La versión está en archivos. Basta revisar la memoria de Radio Fórmula y rescatar el programa aludido. Y para ello está la afirmación de Arreola que él inventó el chisme. Lo penoso del asunto fue que periodistas, cuya función es la de confirmar versiones y hechos, nunca se preocuparon por revisar el archivo del programa de López Dóriga.

Lo demás es lo de menos. Aristegui hizo un oso con el reclamo de la semana pasada. Pero antes de la decisión de MVS estaba el hecho de que Aristegui falló como periodista y se convirtió en rumoróloga de Fernández Noroña. Así que Aristegui le debe una disculpa al presidente Calderón y a MVS porque Arreola la dejó sin litis. Aristegui dice que fue víctima de un propio berrinche profesional, pero fue en realidad víctima de su falta de profesionalismo. Y al que le debe exigir disculpas Aristegui es a Arreola.

2) Eso sí, el martirologio ha tenido su correspondiente proliferación de caballeros de la mesa de dos patas. Entre otros, Manuel Bartlett Díaz, funcionario de los gobiernos autoritarios de Echeverría, López Portillo, De la Madrid y Salinas: se desgarró las vestiduras defendiendo a Aristegui y gritando que fue una represión a la libertad de expresión. Muy su derecho luego de que fue reventado en el PRI porque no era político sino burócrata del poder. Una frase, en su artículo de El Universal también del pasado 10 de febrero, lo dibuja:

"La salida de Carmen Aristegui del aire, por lo que representa, es signo ominoso para la libertad de expresión y el derecho a la información".

Y ya, un nuevo caballero de la libertad de expresión. Sin embargo, Bartlett fue un cancerbero del viejo régimen priista y tiene muchos pendientes con la prensa -ésa sí- democrática y crítica a la que reprimió:

1) Como secretario de Gobernación de De la Madrid, Bartlett operó una maniobra del poder para despojar a Mario Sojo Acosta de la propiedad de la revista Impacto, sólo porque era, decía, vocero de la derecha. Se trató, ahí sí, de un brutal manotazo autoritario contra la libertad de expresión.

2) Como secretario de Gobernación, Bartlett envío a su operador José Antonio Zorrilla Pérez, director de la temible Federal de Seguridad, a amenazar a Julio Scherer García si se atrevía a publicar la información de cómo el funcionario había enviado a Venezuela un comando armado para rescatar a balazo limpio a una familiar de las garras de una secta religiosa. Mucha debió de haber sido la amenaza de Zorrilla que Scherer aceptó la censura. Otra muesca en la cacha del revólver autoritario de Bartlett.

3) Como secretario de Gobernación, a Bartlett le tocó estar en medio del asesinato del columnista Manuel Buendía, de Excélsior, en 1984. A Bartlett le correspondió investigar el crimen y no llegó a nada. En 1989, Salinas ordenó la captura de Zorrilla bajo el cargo de haber sido el autor intelectual del asesinato del columnista. Sólo que Zorrilla dependía directamente de Bartlett, como quedó claro en las entrevistas de Jorge G. Castañeda en su libro La Herencia.

4) Y, por qué no, aclarar lo que Bartlett sabe del asesinato del periodista Carlos Loret de Mola, priista crítico del PRI, en 1986. Pero ya bendecido por López Obrador y Cuauhtémoc Cárdenas como simpatizante perredista, Bartlett ha logrado negociar los secretos criminales del poder y, sobre todo, su papel de represor de la libertad de expresión cuando fue secretario de Gobernación de Miguel de la Madrid, hoy todo un defensor de Aristegui.

Lo peor para Bartlett es que no son rumores triangulados sino hechos directos, como el fraude patriótico en Chihuahua en 1986 contra el PAN o la caída del sistema en 1988. Bartlett se oculta hoy bajo las faldas de Aristegui.