Yo vengo de Sonora, he dedicado mi vida a trabajar por una causa: México, que será más grande cuando sea más justo.
Hoy, ante tantas tribulaciones y dificultades que se agravan por la falta de seguridad, de orden y rumbo --a diferencia de muchos pesimistas que piensan que ya no hay remedio-- estoy convencido que existe otro camino para los mexicanos.
Sí existe otro camino, de eso estoy seguro. Yo sí creo en México y en la solución de sus problemas.
He sido electo diputado en dos ocasiones, electo Gobernador y hoy soy senador por segunda vez y coordinador de los senadores de mi partido, el PRI.
Este día, en que concluyo mi responsabilidad como presidente del Senado de México, me dirijo a ustedes para cumplir, no sólo con mi deber cívico, sino con un valor que me inspira: La transparencia y la rendición de cuentas.
En la vida y de la vida he recibido valiosas enseñanzas, pero ninguna tan importante como el valor de la palabra empeñada, es que esto me lo inculcaron desde la niñez, porque aprendí que la lealtad tiene siempre un corazón tranquilo.
He crecido en la derrota y he aprendido en la victoria.
He respetado y seguiré respetando adversarios y a compañeros de equipo, porque así me formé y así actuaré siempre.
Cumplir lo que prometo no es el objetivo de mí vida, sino la base sobre la cual me paro frente a ustedes.
Hoy, en este mensaje como senador, mí voz está dirigida a todos aquéllos que quieren construir un mejor país, un territorio donde ningún niño pase miedo, hambre o angustia por el sólo hecho de nacer lejos del poder.
El fin último de mi esfuerzo no es para el beneficio de un solo grupo, sino para el bienestar de una Nación entera, pero este anhelo debe asumir que el mundo cambió.
Las sociedades quieren avanzar por avenidas de más libertades y derechos. El país cambió, México cambió, vivimos en un México más democrático que ayer, es cierto, en el que más voces tienen cabida, pero donde la estabilidad por la que luchamos no es lo suficiente.
México cambió, digámoslo claro, pero la política no y los partidos y los políticos tampoco.
En las elecciones constitucionales de 2012 serán ya nueve millones los jóvenes que podrán votar por primera vez. A ellos, la política ofrece los mismos discursos de hace décadas.
No es legítimo ganar una elección para mantener el actual estado de las cosas, sino es importante ganar para terminar con los privilegios y construir un país con rumbo, una democracia sólida con crecimiento económico justo y equitativo.
Los mexicanos están cansados de que se instalen gobiernos de un solo partido, quieren gobiernos para todos y que beneficien a todos. La alternancia que conocimos fracasó en comprender lo anterior.
La derrota de este gobierno frente a sus promesas y expectativas de los más necesitados no nos debe producir alegría por una simple razón: El fracaso de un gobierno es el fracaso de un país entero.
El tiempo pasa, la desesperanza crece y en México no tenemos respuestas concretas sobre como afrontar los grandes problemas nacionales.
La confusión y la incertidumbre no nos permiten tener claridad sobre el rumbo que debemos darle a la Nación.
Por ello, es necesario poner orden. Orden en la economía, en la seguridad, en la política, pero sobre todo, orden en el gobierno. Y el orden nos servirá para darle rumbo cierto a nuestro país.
He sido testigo y protagonista de la llegada de la alternancia, sin embargo hasta ahora, los avances democráticos no han servido lo suficiente ni para mejorar al país, ni para mejorar el nivel de vida de los mexicanos.
Es que, a la democracia como a cualquier gobierno, se le deben pedir resultados.
La indispensable estabilidad económica no generó más empleos, no atenuó la pobreza, no nos hizo un país más justo.
La mano de obra pasará de 42 millones de mexicanos a 64 millones en 2030. Es decir, faltarán empleos si no actuamos ahora, no mañana.
Crecemos menos que el resto de América Latina. En diez años hemos crecido tan sólo un 2% por año, y ahora tenemos 11.7 millones de mexicanos en la pobreza extrema.
A la lista de problemas se suma el del medio ambiente, la lucha sobre el calentamiento global la estamos perdiendo. Estamos acabando con bosques y lagos, y serán las futuras generaciones las que tendrán que pagar nuestro actuar irresponsable.
Crecen las deudas, pero no los salarios. Hoy en México las riquezas se privatizar y las deudas se socializan.
Un puñado de compatriotas ya es parte de este nuevo siglo, pero una inmensa mayoría todavía no se beneficia de sus avances.
Los senadores del PRI creemos firmemente que México es más grande cuando es más justo, y sobre todo, será más fuerte cuando todas sus partes lo sean.
Tanto es así que, si hacemos las cosas debidas, en un máximo de 25 años --estoy seguro-- que podremos no sólo ser la octava economía mundial, sino que ese éxito se reflejará con menor desigualdad.
La deficiencia en la calidad y la insuficiente cobertura en educación, cierra las puertas al futuro de los niños y jóvenes de México. Estamos dejando irresponsablemente sin futuro a millones de jóvenes.
El gasto acumulativo por estudiante en México, desde el inicio de la educación primaria hasta los 15 años de edad, es de 11 mil dólares, muy por abajo del promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) de 43 mil dólares. Hoy, 19 millones de jóvenes no tienen acceso al bachillerato.
Yo que tuve la oportunidad de estudiar en la UNAM y lo que he llegado a hacer, en mucho se lo debo a la educación pública y de calidad.
Veo con tristeza, que el año pasado mi Universidad no tuvo capacidad para recibir al 91% de los aspirantes a cursar la educación superior.
Ante toda esta realidad, México clama por una transición hacia un sistema político y de gobierno moderno y representativo, en el que el aire estancado se convierte en una ráfaga de ideas nuevas, audaces y responsables.
No fue ayer ni será mañana, hoy es cuando debemos acordar ese país que queremos. Delinear esa transición con la que tanto hemos soñado. El mañana se decide hoy. Nos enfrentamos hoy a una oportunidad histórica.
Podemos buscar responsables y culpables de nuestros problemas, pero nos agitaremos mucho sin movernos ni avanzar.
México está estancado en un mundo que no se detiene para esperar a nadie. Vivimos un México --que a pesar de desarrollar programas sociales durante años-- arrastra a millones de compatriotas hacia la pobreza, y no ha sido capaz de devolverles el orgullo y la autoestima.
¿Quién en México se opondría a acabar con los privilegios, a terminar con los monopolios, a tener gobiernos incluyentes, a que los órganos reguladores de la economía en este país sean autónomos, a las candidaturas ciudadanas, a la iniciativa ciudadana de ley, a la consulta ciudadana, a que las cosas cambien?
¿Quién cree que puede solo, quién de ustedes se opondría a ello?
Mi compromiso es con la democracia, y con una democracia más amplia, que permita a un gobierno ofrecer buenos resultados. Muy sencillo, sobre todo necesitamos un gobierno que asegure que nuestra economía crezca.
Escuchar para comprender las demandas de las verdaderas mayorías, y con ello, definir los grandes propósitos.
Hacer, por medio de gobiernos profesionales y consistentes en el tiempo.
Explicar para corregir, para innovar, para rendir cuentas a la sociedad.
Escuchar, hacer y explicar; estoy seguro debe ser el reto de los gobiernos de resultados.
Yo sí creo en México. Es por eso, que como presidente del Senado de la República, he trabajado por cuatro ejes programáticos, las cuatro patas que harán de ésta una mesa más sólida, más ancha, más amable y equilibrada.
El primer eje es la imperiosa reforma política, esa que permitirá el definitivo acercamiento entre el Estado y sus ciudadanos, procurando dar más poder a la gente que a los políticos o a los partidos políticos.
Es por esto que necesitamos gobiernos de coalición democrática, que aseguren mayorías y faciliten los acuerdos.
Un gabinete presidencial con conocimiento y de calidad, a la altura de las circunstancias. Un gobierno que transparente el origen y vigile el destino de los recursos públicos y que sirva para hacer crecer la economía, no sólo a su burocracia.
La reforma política es el primer paso para la otra gran reforma; la hacendaria, que termine con los privilegios injustificados de algunos. Si recaudamos mejor y acabamos con la recaudación y privilegios de algunos, podremos invertir 55 veces más en salud pública de lo que invertimos en 2010 o 166 veces más en escuelas.
A su vez, terminar con las exenciones tributarias, equivaldría a repetir diez veces el Seguro Popular. La declinación de la producción y las reservas petroleras nos obligan a plantearnos formas innovadoras de financiar las necesidades de nuestros hijos en el México que les heredaremos el Siglo XXI.
Y no es con impuestos más altos, sino con impuestos más justos. Sí es posible bajar los impuestos, siempre y cuando todos paguemos lo que nos corresponde, deben ser tributos proporcionales a los ingresos, y que incluyan una base contribuyente más amplia.
Y para esto, proponemos simplificar su pago, otorgarle capacidad de recaudación a estados y municipios, así como premiar el cumplimiento fiscal.
El tercer eje que promuevo como legislador, indica que, en la última década, México ha caído 30 lugares en la competitividad mundial. No podemos esperar más, la competitividad debe ser elevada a rango constitucional.
Se requieren verdaderos órganos reguladores de la economía que den certeza jurídica a las inversiones y garanticen la necesaria competencia que haga llegar los beneficios del crecimiento a todos los mexicanos.
Y así llegamos al cuarto y último eje que desarrollo en el Senado de la República; la seguridad pública no se logra sólo deseándola o comprometiéndose a lograrla, las acciones no pueden ser aisladas, tienen que estar englobadas en un programa integral que no existe y precedida por la información y la inteligencia, lo que no ocurre.
La inseguridad produce miedo, y una sociedad así resulta más temerosa a los cambios. Es ese miedo, un peligroso enemigo que corroe la confianza y la interdependencia en que se basa la sociedad mexicana.
La inseguridad es peligrosa, porque puede llevar a que las desesperadas sociedades prefieran optar por sacrificar libertades a cambio de tener paz. Ese retroceso no lo podemos permitir.
El Estado como “ogro filantrópico” de día, no puede dormirse de noche.
Yo quiero un México seguro, volver a vivir con orgullo, no con miedo. Quiero un Estado atento las 24 horas en materia de seguridad, pero no sólo la referida a garantizar una sociedad sin sobresaltos, sino una que garantice una seguridad humana, en la que a cada mexicano se le hagan efectivos sus derechos y libertades de parte del Estado.
Para eso, debe servir el crecimiento económico. Es que son unos cuantos los que impiden que las mayorías transiten con libertad por calles y carreteras.
Es que son unos cuantos los que se llevan las grandes utilidades de lo que todos producimos.
Son unos cuantos los que buscan que nada cambie, a los que les acomoda la inmovilidad, los que preferirían que todo siga tal como está.
Sólo la unidad y la sociedad nos permitirán aprobar estas reformas que planteo, y que todos anhelamos.
El cambio no es una ruptura, es abrir nuevos horizontes para todas y todos, ese es el cambio hacia el que muchos queremos conducir nuestras instituciones, pero nada es posible individualmente.
Estoy dispuesto a trabajar hasta el límite de mis energías para todo lo anterior. Mis amigos, familia y miles de mexicanos que me conocer, así lo saben.
No creo en caminos propios ni en aventuras individuales, no creo en tramposos, no creo en caudillos. Creo en ustedes los ciudadanos.
Como senador, tengo el deber de dialogar con el gobierno, pero como militante también tengo derecho de apoyar a mi partido, y sobre todo, de expresar libremente mis opiniones sobre los problemas de la Nación.
Honraré por siempre mi palabra, mi lealtad está con México, mi compromiso con el PRI. Haré valer mi voz como militante.
En mí vida, he aprendido que la simulación es el veneno de la política. Desde el interior de mi partido lucharé para que sean siempre las ideas las que definan al hombre o mujer que las haga realidad. Primero las ideas, después los nombres.
Como priista de toda la vida, impulsaré un proceso que garantice la cohesión, la inclusión y la participación para la definición del mejor candidato que abandere nuestro proyecto de país.
Estaré presente en ambos desafíos, porque me siento exigido ante un futuro incierto para tantos mexicanos.
No es por mí, es por ti, es por todos.
La unidad activa es fuerza cuando ésta se construye con claridad y rumbo, con imaginación, humildad y con visión.
Disentir no es deslealtad. La verdadera unidad se alcanza ventilando diferencias y no uniformando lealtades.
El PRI va por dos victorias. La de la candidatura de las ideas en la unidad, y la de la Presidencia de la República con la sociedad. Ésta no debe ser la campaña de un hombre, sino la de un proyecto de país.
Hay que volver a construir un país seguro. El mañana se decide hoy, sólo si el corazón persevera lo lograremos.
Hoy renuevo no sólo un compromiso, sino una convicción. Yo sí creo en México.