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Tortilla mexicana conquista 4 países africanos

+ Sonorenses, raíces de la familia que las produce

JOHANNESBURGO.— Héctor Agraz tiene 51 años, dos hijos de 25 y 23 años y la única tortillería que hay en Sudáfrica y en todo el continente africano. Vino a este país situado a casi 15 mil kilómetros de su México natal, de la mano de la empresa estadounidense Mullinspara abrir mercado en el área de las salsas.

“Cuando me ofrecieron irme a vivir a Sudáfrica lo primero que pregunté era que dónde quedaba eso”, recuerda entre risas, en entrevista con EL UNIVERSAL. “Yo no sabía si era un continente, un país, una isla o un conjunto de países. No sabía nada”, añade. “Para mí era como decir Sudamérica. Hasta que me explicaron que era el país lo que se llamaba Sudáfrica”, recuerda. “Me vine 15 días a verlo con mi mujer y mis dos hijos, nos encantó y nos quedamos”.

Los primeros años trabajó para Mullins pero luego compró una máquina de hacer tortillas que llevó la Embajada mexicana para un evento, se independizó de los estadounidenses y creó su propia empresa. Poco a poco su negocio,Tortillería Azteca, se extendió. Compró dos máquinas más, contrató más empleados y hoy en día vende no sólo aquí, sino también en Mozambique, Bostwana, en Namibia e Isla Mauricio.

Agraz recibe a este diario en su fábrica, en Johannesburgo, capital financiera de Sudáfrica. Tiene tres máquinas de hacer tortillas: dos para hacer tortillas de harina y una de maíz, además de nachos. Y cada día sus 18 empleados, todos sudafricanos y de raza negra porque “los blancos no quieren hacer este tipo de trabajo”, asegura, fabrican unas 25 mil tortillas de harina diarias, mil 500 a la semana de maíz y media tonelada de nachos.

“Aquí se conocían las pizzas, las hamburguesas, la lasaña, el chop suey de los chinos, pero antes de que nosotros llegáramos no sabían lo que eran las tortillas, así que se las presentamos a los chefs de los mejores restaurantes para que la probaran y les enseñamos cómo cocinarla”, recuerda. “Al principio las miraban y nos preguntaban: ¿Y qué hago yo con esto? Hasta que las probaron y les encantó”. En aquella época lo más que conocían era la tortilla de harina por la influencia americana. “Lo que llaman Rab. Pero la de maíz no la habían visto en su vida”, explica.

Ahora surten a los tres restaurantes mexicanos que hay en la ciudad y a todos los que sin ser mexicanos tienen comida mexicana, que son muchos porque “nuestra comida se ha puesto muy de moda aquí”, dice.

Sin embargo, lograr el éxito que ha alcanzado junto a su mujer Gabriela y a su hijo Héctor, quienes trabajan con él, no ha sido fácil. “Trabajar en Sudáfrica es complicado. Sobre todo encontrar trabajadores cualificados o que quieran aprender y trabajar”, dice. “En general a los sudafricanos no les gusta trabajar. Por eso mi sueño es poder traerme un camión de trabajadores mexicanos a Sudáfrica. Aquí piensan primero en ellos y los demás no les importan. Y no tienen afán de crecer en la empresa, de aprender, de hacer carrera. No hay esa cultura hacia el trabajo”, explica. De todos sus trabajadores, sólo dos han ido ascendiendo en la empresa. “Comenzaron como obreros con un salario base de 350 dólares al mes por 45 horas a la semana, y ahora ganan casi 3 mil dólares. Pero son sólo dos”.

La burocracia es otro problema. “Firmar un contrato con un empleado es un larguísimo papeleo. Y lo tienes que hacer incluso si tu empleado es jardinero y sólo trabaja un par de horas a la semana”, explica. “Y para ello tienes que hacerlo con un gestor porque si redactas mal el contrato y al cabo de un tiempo lo despides, te acaba sacando el dinero”, relata. En este sentido explica que según la ley puedes despedir a un trabajador si no estás conforme con su rendimiento. “Pero para correr a alguien necesitas tres juntas y una reconciliación por escrito y con testigos. Puedes despedir sin indemnizar, pero puedes tardar hasta seis meses en lograrlo”.

En cuanto a la corrupción, dice que en su empresa no la ha sufrido. “De vez en cuando vienen inspectores del departamento de Salud y de los bomberos, comprueban que todo está bien y se van”, relata. “Los que quizá sean más agresivos son los inspectores de las congregaciones religiosas como los judíos y los musulmanes, que entran en la fábrica casi sin llamar para inspeccionar que en la comida no haya cerdo ni alcohol, y cuando ven que todo está bien se van. Pero lo hacen de una manera muy agresiva. Vienen arrasando”.

Donde sí hay corrupción, denuncia Agraz, es en el gobierno de Jacob Zuma, miembro delCongreso Nacional Africano (CNA) el mismo partido de Nelson Mandela. “La gente no lo quiere porque es un corrupto. Por eso el otro día en el funeral de Mandela lo abucheaban cada vez que salía su imagen en la pantalla. Antes de ser presidente fue acusado de lavado de dinero y malversación de fondos públicos. Pero metieron en la cárcel a su asesor financiero. Y ya en el gobierno se gastó 25 millones de dólares sólo en la seguridad de una mansión que se ha hecho construir y que jamás podría haber pagado con su salario”, denuncia.

Además, dice el empresario mexicano, Zuma es un mal gestor. “Antes Sudáfrica exportaba energía eléctrica a otros países y ahora no tiene para autoabastecerse. La excusa del gobierno es que el gobierno anterior no le dio mantenimiento. El resultado es que yo no puedo comprar más máquinas para ampliar mi negocio porque el propio gobierno no me suministra más electricidad porque dice que no puede. Nos piden a los empresarios que invirtamos más dinero para crear empleo y cuando lo queremos hacer no nos dejan”.