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Ex presidente de Brasil, en la cárcel que inauguró en 2007

CURITIBA, Brasil, 11 DE ABRIL DE 2018.- Luiz Inácio Lula da Silva es ahora un prisionero que desayuna pan con mantequilla y café.

El domingo 8 de abril veía un partido de fútbol; un día después, se le arrestó y llevó a ese penal.

Lula, de 72 años, no es cualquier prisionero. El indicador principal lo cita fuera de la prisión una placa que celebra la inauguración del edificio, en 2007, y el nombre de Lula, quien fue presidente de esta enorme nación suramericana, está inscrito en ella.

Lula se entregó a las autoridades el sábado, dos días después de que el Supremo Tribunal Federal indicara que podía ser encarcelado por una sentencia de 12 años, acusado de corrupción y lavado de dinero, aunque siguen pendientes proceso de apelación. La detención pondría fin a la aspiración política del ex presidente, quien buscaba regresar al poder en las elecciones de octubre después d. El gobernó el país entre 2003 a 2011.

Ahora, quien fuera el político más poderosos del país y con gran presencia mundial, vive en una celda un poco más amplia que la de los reos ordinarios --15 metros cuadrados, contra 9 metros de las otras--, y no la comparte. Se usaba para albergar a policías que visitaban Curitiba en encargos temporales y está al lado de una zona de oficinas, separada del resto de las celdas para prisioneros regulares. Es, Lula, el único reo en el cuarto piso del edificio de la Policía Federal; los demás están en la primera planta.

Es un espacio limpio, con una cama, una cómoda y un baño, explica Cristiano Zanin, abogado de Lula, quien explica que el único inconveniente –aunque no es muy pesado—es llegar allá. “El lugar, digamos que es modesto”, resume.

Lula llevó consigo algunos libros, entre ellos A elite do atraso (La élite del atraso), escrito por el sociólogo brasileño Jessé de Souza, quien argumenta que la megainvestigación por corrupción en el país, Operación Lava Jato, es una parte clave de un impulso por parte de la élite de mantener su riqueza y su poder.

El abogado dijo que aún deben negociarse detalles sobre qué contacto podrá tener Lula con personas que no formen parte de su equipo legal. Los prisioneros en el edificio policial de Curitiba usualmente tienen dos horas al día para pasar fuera de sus celdas. Pueden ver a sus abogados en cualquier momento y a sus familiares una vez a la semana. Las ventanas de la celda, que no tienen barrotes, dan hacia un corredor interno. La celda de Lula es diferente de las condiciones que enfrenta la mayoría de la población carcelaria en el sistema de prisiones brasileño, desbordado, violento y con poco presupuesto.

En 2017 fueron arrestadas 722 mil personas, que terminaron atiborradas en edificios diseñados para albergar a un tercio de esa cantidad, dice un informe que habla sobre “un mito que este sea un país de impunidad. Es un país de selectividad”. La mayoría de los prisioneros brasileños son de raza negra o raza mixta, y han sido acusados de delitos de drogas. Más del 40% por ciento aún no enfrenta su juicio.

Otros acusados de Lava Jato evitaron estar con la población carcelaria general, como el ex gobernador de Río de Janeiro Sérgio Cabral y el ex presidente de la Cámara de Diputados Eduardo Cunha. Están en una instalación penitenciaria médica en las afueras de Curitiba. Conforme Lula se acostumbra a una nueva rutina, cientos de sus simpatizantes han establecido un campamento afuera del edificio.

LO SACAN DE LA COMPETENCIA

“Lula es un preso político, víctima de persecuciones sin tregua por parte de adversarios que recurrieron al poder judicial para silenciarlo, destruirlo, en un esfuerzo de desacreditarlo ante la historia y el pueblo brasileño”, asestó la ex presidenta Dilma Rousseff en un comunicado.

La lideresa del Partido del Trabajo de Lula y Rousseff, Gleisi Hoffman, asegura que Lula sigue siendo el candidato para la elección de octubre.Pero aunque incluso si Lula llegara a poder hacer campaña, su condena lo vuelve inelegible para postularse de acuerdo con la Ley de Ficha Limpia.