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Resaltan la violencia en Latinoamérica: México sobresale

+ Cd. Obregón permanece entre las ciudades más violentas del país

GUAYMAS, Son., 19 de marzo de 2019.- El diario madrileño El País retomó el tema de la violencia en el mundo y lo que causa en Latinoamérica, documento en el cual incluye a México con ese gran problema.

En el drama mexicano describe las ciudades con mayor indicador de violencia donde los asesinatos dolosos sobresalen y no es raro que aparezcan los mismos puntos donde hace décadas están los escenarios de enfrentamiento entre las bandas criminales.

Una de ellas es Ciudad Obregón, en Sonora. De la narrativa del influyente diario español se resume el siguiente artículo:

MADRID, España.- Latinoamérica sigue siendo la región del mundo con mayores índices de violencia urbana.

Esta semana, el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal mexicano publicó su ranking de 2018: tres sudafricanas, cuatro estadounidenses y la capital de Jamaica (Kingston) se meten en un top dominado por Venezuela (6), Brasil (14), y, sobre todo, México (15).

Cinco de las seis primeras se encuentran en un país que vive hoy atento a nuevas y duras políticas de seguridad de Andrés Manuel López Obrador. En contraste, Centroamérica y sobre todo Colombia, hasta hace relativamente poco sinónimos de homicidios en la región, pierden presencia, si bien mantienen volúmenes preocupantes. En todos los casos, la pregunta es la misma: ¿qué falla todavía?

En diez países se ubican cuarenta y dos ciudades del registro. En los niveles mayores, El Salvador, Honduras y, en menor medida, Guatemala, reducen paulatinamente sus tasas, pero Venezuela las mantiene estratosféricas. El Observatorio Venezolano de la Violencia estima que uno de cada tres homicidios lo cometen las fuerzas de seguridad (50% más que el año anterior), pero deduciendo ese volumen de muertes del total, Venezuela seguiría a la cabeza de la región.

Las economías ilegales en general, y el narcotráfico en particular, constituyen el principal motor de la violencia en Latinoamérica. Venezuela no es una excepción, sino que su territorio se convierte en tierra fértil para grupos de todo tipo. Un estado descoyuntado con aparatos fáciles de corromper en busca de financiación personal e institucional son el caldo de cultivo perfecto.

El problema va mucho más allá de Caracas, aunque ésta se mantiene desde hace años en los tres primeros puestos de la clasificación. La mitad sur minera del país es un espacio de conflicto sobre el oro en el que participa no solo el Estado venezolano y los grupos criminales, sino también la guerrilla colombiana del ELN. Así, no es de extrañar que urbes de la zona, como Ciudad Bolívar o Ciudad Guayana, se mantengan en el top diez de homicidios en el mundo entero.

MÉXICO HACIA ARRIBA

Pero si hay un país cuya evolución negativa destaque, es México al abatir sus propios récords de homicidios en 2017 y 2018, superando ya a Brasil y Colombia y conseguido copar el ránking de las ciudades más violentas del mundo. ¿Cómo ha llegado a este punto?

Los datos muestran dos características particulares de los núcleos mexicanos más violentos: por un lado, lo son mucho más que la media federal. Por otro, varían bastante con el tiempo. A excepción de Acapulco, entradas y salidas de municipios mexicanos en el ranking son constantes. Los Cabos o La Paz, presentes con niveles muy elevados en 2017, desaparecen al año siguiente. Irapuato es nueva incorporación.

“Hay dos grandes olas de violencia en México”, explica Santiago Rodríguez, asociado en la consultora SIMO.

“La primera, de 2006 a 2011, coincide con la guerra contra las drogas de Felipe Calderón y el desplazamiento del negocio de los cárteles colombianos hacia el país”.

La segunda comenzaría en 2014, con un aumento sostenido de homicidios con tendencias cambiantes en regiones. El motor, es el mismo: la creciente demanda de droga al norte de la frontera.

Pero el experto en políticas de prevención de violencia apunta a aspectos coyunturales decisivos en un proceso de tres fases:

El descabezamiento de grupos ilegales significativos que lleva a la dispersión, moviendo los conflictos alrededor del territorio y manteniéndolos activos en los feudos clave del tráfico. Segundo, la búsqueda de nuevos mercados ilegales, donde destaca el robo de combustible. La presencia de oleoductos aumenta la violencia en territorios antes pacíficos. Por último, en este entorno fragmentado se consolida un nuevo grupo dominante: el Cartel Jalisco Nueva Generación. La multiplicación de la violencia homicida en Tijuana se comprende porque el CJNG se toma esta ubicación fronteriza clave.

Todo ello se produce en un contexto de corrupción que ofrece obvios espacios de oportunidad a quien los busque. La ruptura de la norma está extendida como para que el crimen organizado pueda moverse (y el desorganizado, organizarse) a lo largo y ancho del territorio mexicano, conquistando bastiones urbanos que antes parecían inaccesibles.

Llegados a este punto, resulta instructivo comparar el caso mexicano con el colombiano. Mientras México escalaba puestos, Colombia los perdía. El país andino tenía 5 municipios en el top 50 hace 5 años, uno de ellos (Cali) en el noveno puesto. Hoy le quedan dos, y ambos en descenso como sucede en el país. La caída parece más pronunciada porque los niveles de partida eran algo fuera de toda norma. Entre 1986 y 2002, Medellín tuvo tasas de homicidio superiores a las que tiene hoy Tijuana, la ciudad más violenta del mundo.

Cali y Palmira (distantes 30 kilómetros una de la otra) son las dos localidades colombianas que siguen en el ranking. Igual que en México, la ausencia de un liderazgo definido explica las tasas de homicidio. A diferencia de lo que sucede en otras zonas del país que han salido del top, no existe negociación viable entre cabezas criminales que pueda definir una pax mafiosa. Al contrario, la multiplicidad de estructuras fragmentadas y el rápido reemplazo de las mismas asegura un entorno de violencia constante. Este proceso centrífugo ofrece, paradójicamente, oportunidades a la administración para construir estado local, tanto en el ámbito policial como, especialmente, en el desarrollo de oportunidades alternativas para quienes están listos para el reemplazo.

A pesar de las evidentes diferencias circunstanciales, se adivinan patrones comunes que van más allá de la obviedad estructuralmente determinante del narcotráfico. Por un lado, parece claro que la ausencia de grupos capaces de monopolizar los mercados ilegales fomenta los homicidios. Si se piensa, esto es solo una derivada lógica de esta máxima: si el Estado no tiene el monopolio de la violencia, alguien lo tendrá. Y si ese alguien no es una entidad única o mínimamente organizada, el conflicto es la situación natural. Venezuela es hoy el caso paradigmático, igual que lo fue El Salvador u Honduras hace media década.

Lo interesante es que el caos puede constituir una oportunidad, como podría estar sucediendo en Cali-Palmira. Como también parece que sucedió en los dos primeros años de Enrique Peña-Nieto: entre 2012 y 2014, México vivió una significativa reducción de los homicidios. Ambos casos ofrecen respuestas distintas a la pregunta de cómo retomar el monopolio de la violencia en las ciudades.

La alternativa mexicana parte de la centralización del poder y la propuesta actual de AMLO es una versión extrema de esta misma solución: toda la capacidad para el Estado central, constitución de una guardia nacional y un mando único, presencia militar en cada calle del país. El riesgo es que, si el primer golpe no es lo suficientemente certero, la fragmentación te devuelve el mismo coste que le trajo al país en su momento. En el proceso, la erosión de libertades individuales es irremediable: a medida que las fuerzas militares centralizadas se ven más y más lejos del objetivo inicial de recuperación de control, se verán empujadas a utilizar medios más expeditivos. Algo por lo que ha pasado no solo México, sino también Brasil.

La alternativa local, por el contrario, parte del fortalecimiento de las dimensiones intermedias del Estado. Ello otorga finura y legitimidad, evita concentraciones peligrosas de la toma de decisiones, y permite construir alternativas creíbles para los eslabones más débiles de la cadena criminal en las ciudades. Claro, que el problema de fondo no es local: es regional, nacional, supranacional. Es imprescindible, como indica la experta en Colombia de InSight Crime, diseño e implementación de estrategias que partan del centro neurálgico.

No parece existir, pues, una receta fácil para la consolidación estatal que permitiría reducir la violencia urbana del corazón de Latinoamérica a volúmenes manejables. Pero al menos este viaje ilustra bien los dos extremos del dilema (control desde arriba, oportunidades desde abajo) en el que cada ciudad y cada país debe ubicarse irremediablemente.