+ El mítico policía concede entrevista en su refugio de EU
NUEVA YORK, EU, , 21 de Febrero de 2015.- Parece ser un fantasma, pero no, Frank Serpico tiene ahora 78 años, es el ex policía, héroe de película, bohemio, seductor, hippy, soplón, poeta, místico, actor y tantas otras cosas.
Lo ha sido por 40 años, desde que en 1972 entregó su placa y, un año después, Sidney Lumet produjo la Serpico, la aclamada película, y lo inmortalizó. Paco, como le conocen sus amigos, se deja ver muy poco.
Todavía diversos medios lo buscan para conocer su pasado, pero ahora añaden el interés en su opinión sobre las muertes a manos de la policía, de los afroamericanos Michael Brown y Eric Garner, lo que ha abierto una crisis sin precedentes entre la policía de Nueva York y el alcalde Bill de Blasio, agravada por el asesinato de dos agentes en Brooklyn en diciembre.
El rastro de Serpico se perdía por las montañas del norte del Estado de Nueva York, junto al río Hudson, donde vive solo en una cabaña, sin conexión a Internet ni televisión. Dejaba un número de teléfono y una dirección de correo entre aquellos que habían estado con él en los últimos años.
Su mejilla no deja ver la cicatriz del balazo que recibió en la cara durante una operación antidroga en Williamsburg (Brooklyn) en 1971, escena con la que arranca la película. Serpico entra a una casa de traficantes y queda atrapado en la puerta sin poder utilizar su arma. Pide ayuda a gritos a sus compañeros, pero estos ven una ocasión perfecta para librarse de él. Lo abandonan. Un narco dispara a quemarropa en su rostro. Queda malherido. Un vecino hispano llama a una ambulancia y le salva la vida. Un año después deja a la Policía.
Serpico todavía tiene pesadillas con ese momento y fragmentos de plomo siguen alojados en el canal nasal. Evito Nueva York, pues según él, no es natural.
Vive en unas 20 hectáreas de terreno perdido cerca del Hudson donde construyó su cabaña. Tras años por Europa huyendo de las represalias de sus compañeros por denunciar la corrupción en la policía, Serpico volvió a Estados Unidos y se instaló en el campo en los ochenta, aislado cerca de Stuyvesant.
Se distrae cortando leña, da de comer a las urracas, cría gallinas y cabras, pasea, escribe sus memorias, rescata animales heridos, asiste a las universidades cercanas a dar charlas, recita sus poemas en alguna radio, se aplica medicina china, baila tangos con su novia, etc. A sus 78 años se dice coqueto y seductor.
No tiene internet ni televisión. Dos días a la semana va a Hudson o a la granja Hawthorne, donde repasa su correo, toma café y charla con vecinos. Todos le conocen, sobre todo los niños, con los que no cesa de bromear. Goza de buena salud, aunque tiene dañados los nervios de la pierna izquierda y apenas oye de un oído.
Vive de su pensión y de los derechos que le reportó la biografía que escribió Peter Maas –se vendieron tres millones de ejemplares—y conserva la placa de detective y su revólver. Le indigna todo lo sucedido con la policía de Nueva York y las muertes por un excesivo uso de la fuerza.
“El problema de la policía es de actitud. Yo soy la ley, dicen. No, yo soy el que defiende la ley. Yo no soy la ley. Representar la ley es un derecho, y hay que ganárselo”, clama. “Si matas y maltratas, cómo quieres que te quieran. Solo saben dar excusas, cobardes excusas”.
Serpico cree que la corrupción en “sus tiempos” no es ya el principal problema, sino el uso excesivo de la fuerza. “Los policías de ahora se quejan como niños de que no quieren hacer sus deberes. Tienen miedo. Un policía con miedo es un policía mal preparado. No se puede ejercer este oficio con miedo”, argumenta.
“Un policía te puede matar, porque la ley les permite usar la fuerza. Decir que lo hace por miedo es cobardía. Es legítimo querer regresar sano y salvo a casa cada noche, pero no a costa de la vida de un inocente. Eric Garner era un tipo inocente que vendía cigarrillos en la calle. Los policías de ahora son lobos con piel de cordero”, denuncia.
En 1994, el ahora ex agente mandó una carta al entonces presidente Bill Clinton advirtiéndole que los niños tenían miedo de los policías y “cuando yo era niño, mi madre me decía siempre que, si tenía un problema, llamara a un policía, que él me ayudaría. Yo me hice policía porque, de niño, quería atrapar a los ladrones que, según me contó mi madre, habían matado a mi abuelo para robarle. Ahora es distinto”, recuerda.
En aquella carta, Serpico pedía a Clinton crear una comisión que analizara cómo se corrompió la relación entre la policía y los ciudadanos. Solo recibió una respuesta de agradecimiento.
La relación de Serpico con la policía de Nueva York sigue siendo tormentosa, por sus testimonios que llevaron al cuerpo a la peor crisis de su historia. Hijo de inmigrantes italianos de Brooklyn, el niño Francesco veneraba a los agentes de su barrio. En 1959 logró su placa. Ocho años después, ya detective, denunció la corrupción de sus compañeros a sus superiores. Dio información detallada, pero no se hizo nada. Impotente, él y su compañero David Durk acudieron a The New York Times.
En 1970, presionado por la opinión pública, el alcalde John Lindsay abrió la comisión Knapp, ante la que testificó el policía. El resultado mostró un cuerpo corroído por los sobornos y la ley del silencio.
El realizador Sidney Lumet hizo una película sobre eso en 1973, que tuvo como protagonista a Al Pacino, quien bordó uno de sus mejores papeles. Según el American Film Institute, Serpico es el número 40 de la lista de héroes de cine más queridos, por debajo del perro Lassie (el número uno es Atticus Finch, el protagonista de Matar a un ruiseñor, filme basado en la novela de Harper Lee).
Serpico no disfrutó del filme que lleva su nombre. Dejó EU y se instaló en Europa. Compró una granja en Holanda, se casó con una holandesa y recorrió el continente. Cuando su mujer murió, vendió la granja y regresó a Estados Unidos en los 80.
Durante un tiempo recorrió el país y Canadá y se instaló al norte de Nueva York, lejos pero cerca de la ciudad que casi acaba con su vida. Las cosas no han cambiado mucho, asegura.
“No me sorprendió que el policía que mató a Eric Garner no fuera procesado por un gran jurado. ¿Cuándo ha sido la última vez que un agente ha sido procesado? Los fiscales no procesan a los policías y saben cómo controlar al gran jurado. Tienen relación con los policías, se sirven de ellos para enviar gente a la cárcel, son sus amigos”, enfatiza.
Para Serpico, hay falta de respeto hacia la ciudadanía en general y hacia las minorías en particular. Es un problema de toda la sociedad, no solo de la policía. No hay respeto por la gente, solo se piensa en ganar dinero, en ganar poder… El ciudadano no importa.
Serpico se refiere a los delincuentes hispanos que llegaban a Nueva York en su época de agente.
“Cogían la tarjeta plastificada con las instrucciones de seguridad del avión para abrir las habitaciones de los hoteles. La insertaban en la puerta y limpiaban la habitación. Los deteníamos en los pasillos. A mí me usaban de intérprete. En un interrogatorio, el teniente me pidió que preguntara a uno qué hacía en el pasillo con aquel folio plastificado. El tipo respondió, socarrón, que esperaba la guagua. La verdad es que algunos tenían gracia”, recuerda entre risas.
+ Cerca de los 85 años, presenta su último clásico LOS ANGELES, Febrero 21 de 2015.- Clint Eastwood cumplirá 85 años en mayo, pero parece no pensar en su retiro, sigue en activo y “al pie del cañón”.
El pasado septiembre llegó a las pantallas Jersey Boys, película biográfica sobre los Four Seasons, y su cantante Frankie Valli, y ahora vuelve con El francotirador, film que rondó los seis Oscar, entre ellos el de mejor película, un gran éxito de público en Estados Unidos que recauda ya 300 millones de dólares.
Clint Eastwood volvió al lugar más alto en el podio cinematográfico y ya es considerado como uno de los grandes cineastas norteamericanos de todos los tiempos. Ahora se pregunta, cuál es la clave de su éxito.
El sigue la estela de directores como John Ford, Howard Hawks, Anthony Mann o John Huston, los patriarcas del cine. Sus historias son directas, bien contadas y tienen una puesta en escena sobria.
Aprendió a hacer películas con Sergio Leone y Don Siegel. Del primero, asimiló la desmitificación poética del western, reflejado en El jinete pálido y en una de sus mejores películas, Sin perdón. Del segundo toma la forma de utilizar la violencia para mantener una tensión narrativa constante.
Es un director difícilmente clasificable, pero pese a sus ideas políticas conservadoras ha defendido causas como la eutanasia activa (Million Dollar Baby), combatido la pena de muerte (Ejecución inminente) y denuncia el falso patriotismo (Banderas de nuestros padres). En Cartas desde Iwo Jima, puso su cámara al servicio de los japoneses, enemigos de los estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial; en Gran Torino se erigió como el gran defensor de jóvenes coreanos perseguidos por matones de su mismo barrio. Ha sido Harry el sucio. A la vez, el tierno fotógrafo de National Geographic enamorado en Los puentes de Madison.
Tiene sensibilidad musical. Toca el piano y le encanta el jazz y el country. Ha filmado una obra maestra como Bird, la biografía del saxofonista Charlie Parker, y suele en solitario o ayudado por su hijo Kyle o por Lennie Niehaus, sus propias bandas sonoras. Canta en La leyenda de la ciudad sin nombre y en El aventurero de medianoche.
Clint es también rápido y eficaz. Rara vez gasta más del presupuesto asignado y sus rodajes cumplen con el calendario previsto; además, no cansa excesivamente a sus actores. A veces solo basta una toma. Es un realizador rentable, en plena forma física y mental y encuentra aún buenas historias, como ha demostrado con El francotirador.
Su prestigio como cineasta sigue creciendo. Quienes lo conocen esperan más de él en el futuro, inclusive una obra maestra… a menos que lo evite su pasión por el golf.
CD. DE MÉXICO, 20 de febrero de 2015.- El caso de los hermanos Jaume y Joan Font es es ejemplo de la frase “ladrón que roba a ladrón tiene 100 años de perdón”.
La realidad superó la ficción con los oriundos de Gerona, España, con un hecho que pareciera cuento:
En 2003, los hermanos Font compraron el lienzo “Retrato de Antonio María Esquivel”, presunta obra de Francisco de Goya. Lo hicieron a un fotógrafo que lo adquirió en una subasta y hasta les dio un certificado de autenticidad.
Sometieron la obra a una nueva prueba y anticiparon 20 mil euros para completar al trabajo entregado, 250 mil euros, una vez que la obra fuera confirmada como auténtica.
El lienzo muestra al pintor español, Antonio María Esquivel, ataviado con la medalla de la Orden de Isabel la Católica, lo cual mostró el primer indicio de falsedad. Pronto se reveló que el cuadro no fue pintado por el pintor zaragozano, pues Esquivel recibió la condecoración 11 años después de muerto Goya.
Los Font, no obstante, decidieron deshacerse de la obra y se apoyaron en el apócrifo certificado de autenticidad. La presunta víctima era un jeque árabe capaz de pagar una fuerte suma sin tantos filtros.
Nunca vieron al presunto jeque, sino a un intermediario. Con él cerraron un trato de 4 millones de euros por la obra. El inicio de la transacción se realizó en Turín, Italia, con un anticipo de 1 m,illón 100 mil euros, pero debían pagar los honorarios del intermediario del magnate árabe: 300 mil euros.
Los pagaron con apoyo de un amigo empresario a quien le devolverían 380 mil euros.
Se hizo el intercambio y los Font salieron de Italia con mucho dinero, pero qué decepción llevaron al trataron de depositar el dinero en un banco de Ginebra, Suiza. Allí les informaron que el dinero no era más que “un montón de fotocopias” del dinero.
Jaume y Joan Font fueron detenidos en España, les confiscaron la falsa obra y se les acusó de fraude. Nadie ha vuelto a saber de los 300 mil euros ni del intermediario.
CD. DE MEXICO, 6 de febrero (EFEMEX).- La Fiscalía del estado mexicano de Guerrero dijo hoy que el hallazgo de "60 cuerpos" en un crematorio abandonado en el puerto de Acapulco puede deberse a un fraude de los responsables del recinto por "no haber cremado los cadáveres", que estaban "perfectamente embalsamados".
Los cuerpos, que estaban "preparados para su cremación", serán sometidos a "estudios de antropología forense, genética, criminalística de campo, fotografía forense, medicina forense y odontología forense", indicó en un comunicado.
Dichas pruebas permitirán establecer "la causa legal de la muerte", así como "la fecha y hora probable de su deceso", apuntó la fiscalía en la nota, en la que precisó que entre los cadáveres había "mujeres, hombres y niños".
MADRID, España., 6 de Febrero de 2015.- México descubrió esta madrugada que el horror no sabe de cuentas: en un escenario de ultratumba, ocultos en un crematorio abandonado de Acapulco, se hallaron 61 cadáveres, entre ellos menores.
Con la terrible sangre fría con que se trata estos hechos en México, las autoridades buscaron reducir la alarma ciudadana señalando que los cuerpos ni habían sido mutilados ni calcinados, es decir, que en apariencia no tenían las trazas habituales del narcoterror. Pese a estas precisiones, las causas de su muerte no fueron aclaradas, algo que en Acapulco, la ciudad más violenta de México, mueve a todo tipo de sospechas.
La antigua joya del Pacífico, que en el recuerdo de muchos extranjeros aún suscita visiones hollywoodienses de brillantina y platino, es una población estragada por el crimen, con la tercera tasa de homicidios más alta del mundo, después de Caracas y San Pedro Sula (Honduras), y donde las bandas de narcos libran una guerra brutal por el control del territorio.
En sus calles, la seguridad es escasa y las matanzas, habituales. Más de 2,000 policías municipales, cerca del 80%, mantienen una huelga salvaje desde hace meses, tras negarse sospechosamente a pasar las pruebas de idoneidad y los controles antidroga.
Su ausencia se ha suplido con un combinado de Policía Federal, Ejército y Marina, pero el caos es tal que hasta una semana más de un centenar de colegios no habían abierto sus puertas por miedo a los asaltos.
En este ambiente hostil, el hallazgo de los cadáveres se inscribe como un capítulo más en la historia de degradación de la ciudad. Los cuerpos llevaban tiempo abandonados. Algunos estaban momificados, otros en descomposición. Muchos, envueltos en sábanas blancas. Alguien tomó la precaución de cubrir los restos de cal viva. El mal olor, sin embargo, pudo más y alertó a vecinos. El crematorio, una construcción de una sola planta y de unos 70 metros cuadrados, había dejado de funcionar en 2009.
Uno de los motivos de mayor sospecha era que los cadáveres correspondían a épocas muy diversas, hasta llegar a cuerpos relativamente recientes. Este hecho abonaba la hipótesis de que el lugar fuera utilizado para dejar ejecutados por las bandas. También se manejaba la posibilidad de que el crematorio hubiese sido empleado como depósito clandestino de alguna funeraria.
El hallazgo de cadáveres es habitual en Guerrero. Solo en 2014 se recuperaron 189 osamentas en el Estado sureño, 149 de ellas en Iguala, a sólo 200 kilómetros de Acapulco. En gran parte de los casos, las identificaciones son imposibles debido a la práctica del narco de quemar los cuerpos hasta convertirlos en ceniza. La lentitud de los forenses es otra causa de la incapacidad para dar nombre a estos muertos. Un ejemplo de ello, lo dio el caso Iguala. En las primeras semanas de búsqueda se halló una fosa con 38 cuerpos que, en un principio, se atribuyeron a los normalistas. Luego se descartó, pero a día de hoy siguen sin haber sido identificados plenamente.
Estas carencias engrosan la cifra de los desaparecidos, ese espectral reino al que pertenecen 23,000 personas en México y que constituyen una de las más terribles derivaciones de la guerra contra el narco.