CD. OBREGON, Son.- Nació en 1946 y cumplió apenas 75 años el pasado 26 de febrero.
Lo celebró con los amigos que más lo trataron en vida; también con familiares cercanos.
Platicó mucho, comió muy poco y bebió solo agua mineral.
¿Cuántos años de felicidad, Mario?, le pregunté. Y, sin dudarlo, contestó:
“Creo que de los 75, 70. Por fortuna he tenido la suerte de una vida intensa y emocionante, salpicada de sorpresas y cosas inéditas”, dijo, pensando quizá que los años que no fue feliz fueron los que lidió con la enfermedad. Y en eso tenía razón.
Se confesaba creyente, pero no religioso. Consagró su vida, dijo, a aprender a res-petar a los demás y a quienes pensaban diferente.
“Me gusta hacer autocrítica cada rato, pero también registro a quien me critica, sobre todo cuando doy mal un dato o me equivoco”.
Se dijo siempre enemigo radical del egoísmo y la soberbia: “Y sobre todo de las actitudes miserables de aquellos que siempre quieren aplastar a los más vulnera-bles, que es algo común en nuestro medio”. Contra eso he luchado la mayor parte de mi vida, sentenciaba, y lo hizo muy bien.
¿Amigos reales? “Pocos, pero muy buenos los que tengo”, decía.
Mario, fue hijo de Cesáreo Rivas González, de Nayarit, y Crescencia Hernández Sánchez, de Canelas, Durango, ambos analfabetas, sus padres se conocieron en Ciudad Obregón.
Desde los 9 años de edad creció en el ambiente de carniceros expertos en la com-pra y el sacrificio de puercos para la venta al mercado local.
Como miembro de una familia de 6 miembros, nació y creció en condiciones de pobreza extrema, dice. Eso no lo arredró a que desde chico trabajara en oficios varios: hacer mandados, limpiando vidrios, pintor del brocha gorda, comercio al menudeo, venta de periódicos.
Esa necesidad de trabajar desde niño le dificultó completar el ciclo de la primaria, a la cual pudo llegar solo hasta el cuarto año.
Creció en un medio limitado económicamente, pero lleno de inquietudes sociales con el trato con dirigentes sociales de la época y con idas y venidas frecuentes a la tierra de su madre en el Estado de Durango.
Decía que su afición por los libros inició cuando tenía 18 años, con libros que le regalaba Carlos Ramón Espinoza, del Club Cultural Cajeme.
Empezó por escribir poesía en 1968, en el Diario del Yaqui, de Don Jesús Corral Ruiz.
En los domingos literarios, que dirigía Moisés Ortiz: “Escribía sobre una lata de petróleo con un lápiz sobre cartones, después aprendería a escribir con dos dedos sobre una vetusta máquina de escribir Olympia de las antiguas, “pero muy buenas” decía.
Combinó la práctica de escribir con la educación básica, en la escuela ubicada en La Ladrillera, con la maestra Carmen Sánchez Corral, en el turno nocturno como se acostumbraba entonces, platicaba.
Al quebrar el negocio familiar de los cerdos, pasó a trabajar el carbón por los rumbos de Tórim. Ahí conoció a diversos personajes de la etnia Yaqui, a quienes les dedicó algunos escritos en el “Diario del Yaqui”.
“La poesía no te dará de comer, Mario”, le dijo un día su amigo Abraham Montijo Monge (Director de El Heraldo del Yaqui) y escritor por más de 50 años de las columnas Completando el Cuadro (Tribuna) y Estampilla Regional (El Diario); y lo pensó.
Colaboraría por algunos años con Tacho Aragón, que editaba la Carta Abierta, y él le presentó a don Jesús Corral Ruiz, quien con frecuencia lo invitaba a platicar ahí o en reuniones donde era muy común la ingesta del Whisky Old Parr.
Chabelo Mexía, de los gastronómicos de la CTM, lo presenta con el doctor Óscar Russo Voguel, quien le comentaría “la necesidad de contar en Ciudad Obregón con un periódico que denunciara los abusos de poder de algunos personajes de la región”, dice. El mismo Doctor le ayudó a comprar la primera máquina de impre-sión en Agua Prieta, que trasladó en un carro que le prestó Román Meza, de la CNC.
Chabelo Mexía le había presentado también a Juan Rurico López, quien le prestó dos locales para que surgiera el periódico “Tiempo Nuevo” como semanario. El mismo Doctor Russo inauguraría el periódico en septiembre de 1979. Al mismo tiempo, Rivas sería columnista de la “Extra de la Tarde”, de Heriberto León Peña, donde colaboraría hasta 1980.
Conocería posteriormente a Adalberto Rosas — a quien apoyó para ganar la presidencia municipal de Cajeme en 1979— y Adalberto lo animó para crear otro periódico que saliera con mayor frecuencia.
Localizó maquinaria en San Diego, California, e invirtió en ella 23,500 dólares en la compra. Le ayudaron el mismo Adalberto y José Antonio Gándara Terrazas, su otro amigo, quien le regaló el mobiliario necesario para que en breve tiempo instalara el periódico.
En 1981—tiempos de sucesión presidencial y selección de candidatos locales—, era junio y aparece el primer ejemplar de “El Observador”, como un periódico de denuncia que en muy poco tiempo se ubicó en el gusto de la gente.
“Muchos esperaban su edición y reparto, y preguntaban a qué hora empezaría a circular”, decía Mario, con un dejo de nostalgia.
Combativo, agresivo, crítico, veraz, oportuno, el periódico no tardó en incomodar al gobierno de Samuel Ocaña, que a juicio de Rivas, no supo manejar la crisis política generada tras la cuestionada elección municipal de 1982. Las relaciones se tensaron entre Cajeme y el gobierno estatal.
El Gobierno del Estado buscó culpables y el experimento periodístico solo duró de 1981 a 1984.
“Una madrugada, le echaron ácido a las partes sensibles —que ya no podían repo-nerse— de la prensa”, dice Mario.
El ataque se dio después de un reportaje donde se acusaba al gobierno estatal como custodio de sembradores de 30 Hectáreas de mariguana… y fueron ellos, los del gobierno estatal y sus operadores de Cajeme, los que atentaron contra el periódico”, afirmaba todavía con coraje.
Estuvo sin trabajo por poco tiempo, y fue en el OK Café, donde un día se encontró con Faustino Félix Escalante, y le dijo: “Cuando dejes el oficio de periodista independiente, en Tribuna del Yaqui te esperamos”.
Con una botella de coñac de por medio y en casa de Félix Escalante, allá por la uno y la cuatro, Rivas decidió incorporarse como colaborador a Tribuna y ahí se inició un 14 de octubre de 1987. Fue de los amigos leales y cercanos de Faustino Félix durante toda su vida.
Fue cuando el director del periódico, Salomón Ahmed le advirtió de: “Dejar de ser perfeccionista y utilizar un lenguaje para que lo entienda y lo capte la gente”. Lo emplazó a que escribiera él solo, una plana completa. “Sí la puedo hacer”, le dijo, y así inició desde el año 1988 hasta el final.
Con los años y con su carácter bonachón y abierto, Mario enfrentó crisis, intrigas, golpes bajos, y todo lo que se pudiera decir de un columnista exitoso e influyente, que siempre vivió en la medianía y las limitaciones del bajo sueldo devengado en los periódicos.
Una de las infamias: el procurador general de la República Jorge Carpizo, lo in-cluyó en 1993 en una lista de periodistas vinculados al narco.
Una lista a la que se le dio amplia difusión y que circuló a nivel nacional. Mario se cimbró, se enojó, se preocupó y vivió una de sus peores crisis personales que solo con la ayuda de amigos cercanos y familiares pudo sobrellevar—no fácilmente—.
Aunque su empresa periodística y algunos amigos lo ayudaron, de todos modos él se preguntaba: ¿De parte de quién o por qué?, ¿De dónde vendrá el ataque?
Decía que con ese golpe se había sentido acabado y muy desanimado moralmente.
Quienes conocían su estilo de vida, su modestia, el lugar donde vivía, el carro que manejaba y las penurias económicas que siempre lo acompañaron, nunca creyeron en la veracidad del ataque y para fortuna de Mario en un México cruel y despiadado, las cosas se aclararon, pero el daño quedó. Al tiempo y para iniciar la campaña presidencial de 1994 Gilberto Félix Escalante—por quien siempre guardó un enorme afecto— habla con Luis Donaldo Colosio y le solicita incorporar a Rivas como cronista del periódico para la campaña presidencial.
“Me sentí como que ingresaba a una nueva dimensión en el periodismo y en la política”, señala: “era como entrar a las grandes ligas y el mejor aval de que los tiempos de amargura y depresión habían pasado ya”, decía convencido.
Con tristeza recordaba que le tocó observar el mitin de Lomas Taurinas, el 23 de marzo de 1994. En medio de la confusión por la agresión a Colosio, desesperado, se va a redactar al hotel, utiliza su celular, su máquina Olympia, ayudado por “El Cacho” Angulo. ¡Nada que hacer, más que lamentarse y buscar explicaciones! decía con tristeza.
El día 25 regresa a Ciudad Obregón confundido y decepcionado.
Otra vez las preguntas: ¿Quién fue, para qué, y de parte de quién?
Pasaron los años, creció en influencia, en amigos y en buenas relaciones. Nunca perdió piso y siguió viviendo con humildad, muchos escritos, muchas consultas, muchas lecturas, interminables discusiones.
Reuniones cálidas con amigos y colegas donde predominaba el buen ánimo y la camaradería, la amistad y los afectos compartidos.
Vinieron las malas noticias en relación a su salud.
Con valentía y estoicismo aceptó y enfrentó el diagnóstico médico cuando le co-municaron que padecía Cáncer en la garganta.
A partir de ahí, su vida ya no fue la misma. Perdió la alegría y el enorme sentido del humor que siempre lo caracterizó. En los últimos tres años, la dinámica de su vida estuvo inmersa entre citas, estudios, consultas, radiografías, cirugías y trata-mientos dolorosos contra el cáncer.
Su vida se fue apagando, pero no su espíritu. A cada rato recibíamos mensajes optimistas de sus ganas de vivir, a través de sus familiares.
Perdió la batalla contra el cáncer la mañana del 2 de noviembre en su siempre amada y admirada Ciudad Obregón.
Descanse en Paz Mario Rivas Hernández. Ya lo extrañamos.