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Feliciano Guirado Méndez, In Memoriam

HERMOSILLO, Son.- Era 1970 y Feliciano Guirado Méndez —de apenas 29 años— reporteaba en su austera bicicleta Búfalo—abrazadera de pierna infaltable para evitar la grasa de la cadena en el pantalón— pedaleando por Navojoa, buscando la noticia para su periódico “La Opinión”.

Inquieto y con el deseo de escudriñar la información estudiantil, frecuentes eran sus visitas a la Escuela Preparatoria Regional Sur de la Universidad de Sonora para entrevistar a los miembros del Consejo estudiantil, que por entonces se encontraban exigiendo atención a sus demandas por parte del rector Federico Sotelo Ortiz. Ahí fue donde muchos conocimos  a Don Feliciano Guirado Méndez.

Sin dudarlo un instante, Feliciano simpatizó con la causa de los estudiantes, y así lo reflejaba en sus escritos que para el ambiente estudiantil y político de la época eran un tanque de oxígeno.

Él ya conocía a Ignacio Almada Bay, estudiante de la prepa, hijo de don Rafael Almada Corbalá, con quien siempre mantuvo una gran amistad y eso hizo mucho más fácil la comunicación entre Feliciano y quienes elaborábamos los boletines para el Consejo Estudiantil de la época, dirigido por Francisco J. Palomares. La relación personal entre Feliciano y los estudiantes siguió y con el tiempo se afianzó.

Con el tiempo, el maestro Guirado—como muchos lo motejamos— después de ejercer algunos años como subdirector llegaría a la dirección de El Informador del Mayo en diciembre de 1975, cuando el periódico se ubicaba en los altos del Cine Obregón, en la Obregón, entre Talamante y Jesús Salido. Con éxito y con un equipo de lujo integrado por: Esteban, Francisco y Agustín Rodríguez, Santiago Barbuzón, José G. Pacheco, Fausto Islas Salazar e Hilda Trujillo, entre otros no tardó en levantar el periódico y llevarse casi todas las exclusivas.

El periódico después se cambió al edificio donde estuvieron los billares de ‘Chencho’ Covarrubias, en Rayón y Jesús Salido.

En 1976 le pedí una oportunidad para escribir en el periódico y me alentó: “Escoge el tema y aquí lo revisamos”, me dijo. Me dejó publicar varios artículos y me ayudó a descubrir otra faceta de mi carrera. Nunca una censura, siempre comprensión y enseñanzas.

Feliciano dejó la dirección del periódico a principios de los noventa, cuando incursionó con su amigo Arsenio Duarte en la política práctica, con un breve paso por Comunicación Social del ayuntamiento de Navojoa y después en el Supremo Tribunal de Justicia. “Esto no es lo tuyo” le decíamos algunos; él escuchaba, se ponía serio, y al final asentía.

Porque su paso por la dirección de El Informador (1975-1990) fue fructífera para el periódico y de un gran desarrollo para Feliciano: Don de gentes, amabilidad, relaciones públicas, relaciones políticas importantes, confianza, un gran olfato para perseguir la información y una calidad profesional fuera de serie. Tremendo en la redacción.

Esas cualidades lo proyectaron a nivel estatal, a grado tal de que otros medios de comunicación escritos de Sonora lo buscaron para convencerlo de que trabajara para ellos. Nunca dudó en sus lealtades ni con periódicos Sonorenses ni con Enguerrando Tapia, su gran jefe y amigo personal, de quien resintió su muerte en 1981.

Inolvidable e infaltable en el comentario político diario su afamada columna “Marginal”, Feliciano no dudaba en meter las manos por sus amigos políticos –ante gobernadores, dirigentes sociales y partidistas– para impulsarlos en su desarrollo.

Con el tiempo, Feliciano influyó para impulsar a presidentes municipales, regidores y diputados locales, más en el afán de justicia para auténticos luchadores políticos—que él alentaba— que por mera jactancia. En su columna dejó para la posteridad términos como “El Sax”,calicatencia, el espigado rubio de Bacobampo, el enorme broto del riíto, el ronco de la ladrillera, el politólogo de cinco estrellas, el sueco, el galeno político, el neumólogo de Arivechi entre muchos otros.

Compartimos juntos muchos momentos alegres y otros muy difíciles. Su agudo sentido del humor y su fina ironía eran únicos.

Una noche de marzo de 1985 en el Sanatorio Lourdes, coincidieron el nacimiento de mi hija Carolina y la partida de su joven hijo Carlos Omar, de apenas 17 años. “Qué ironía en nuestra amistad –me dijo con profundo dolor en la sala de espera del hospital–. Tu hija llega, y el mío se va”. Nos abrazamos y a ambos con un nudo en la garganta, se nos quebró la voz…

Tardó en reponerse del duro golpe. Su sentido del humor, un discreto estoicismo y el acompañamiento siempre muy unido del resto de sus hijos hicieron lo que faltaba. Así era Feliciano.

A finales de los noventa del siglo pasado funda su periódico NUEVO SONORA, y contra viento y marea lo saca a flote. No tardó en impulsarlo a la circulación estatal y en convertirlo también en un referente del comentario político especializado en Sonora.

Sus opiniones, sólidas, fundadas y bien dotadas de información, reflejaron siempre a un personaje bien visto, bien relacionado y muy respetuoso de las formas. Siempre caballero, alegre, optimista. Un excelente narrador y dominante como pocos del lenguaje escrito.

“Quiero explicarle el proyecto de mi periódico a ese personaje” –me dijo una vez haciéndole antesala al igual que yo a un alto funcionario público–. ¿Y si no está de acuerdo con tu línea editorial? Le reviré. “No vengo a pedir permiso, voy a ejercer mis libertades”, remachó y agregó: “De no haber eco, trabajaré y esperaré a que pasen sus seis años a ver qué depara la suerte en el futuro”. Así era Feliciano.

Siempre flexible con el reclamo familiar, era Infaltable a las comidas del 14 de febrero que durante 21 años ininterrumpidos le organizamos siempre con Ángel Cota Leyva y Pelagio Félix (cumpleañeros del mismo día) –acompañados siempre de Miguel Ángel Murillo y de Paco De Paula–.

En realidad, el pretexto entre nosotros fue festejarlo siempre a él, por ser una especie de hermano mayor; amigo leal al que cada uno de nosotros tenía algo que reconocerle, algo que deberle. Nos sentíamos muy cómodos con su presencia y su plática, y por lo visto él siempre fingió no darse cuenta ni por asomo que era el celebrado. Nunca reclamaba nada para sí mismo. Su sentido común, su clara inteligencia y la férrea amistad que profesó a sus verdaderos amigos siempre se impusieron.

–¿Nada de alcohol, Feliciano?

–Muchas décadas sin un solo trago –contestaba–. Ni cerveza siquiera.

–¿Disciplina?

–No, simplemente no me atrae la bebida.

Así decía cuando todos observábamos con sorpresa en la sala de su casa de Navojoa la enorme cantidad de botellas sin abrirse, que por años recibió como regalo de sus amigos. Una noche un ladrón dispuso de la totalidad de las botellas, como olfateando que el dueño de la casa ni siquiera las tentaba. Ni siquiera se preocupó. Lo tomó con humor, como siempre y tampoco le importó que la policía nunca encontrara al ladrón. Mucho menos a las botellas.

Impecablemente vestido, el pasado viernes 27 me lo encontré acompañado de Pancho Rodríguez y Fernando Gastélum en la antesala de Gilberto Gutiérrez Sanchez. Era invitado especial del presidente del CDE a una gira por el municipio de Guaymas.

Sus tronantes carcajadas resonaban en una parte del edificio del partido por las recordadas anécdotas de sus amigos: ‘El Mosco’ Romero, Arturo León Lerma, ‘El Poli’ Corral y Jorge Galindo, entre otros.

Sus infaltables tarjetas blancas y su pluma resaltaban en la discreta bolsa de su impecable guayabera blanca.

Genio y figura, cuidadoso en el vestir y el hablar, era elegante hasta para caminar al hacer ejercicio en la milla de la Universidad de Sonora.

Me enteré en la madrugada del día 4, de su muerte la noche del 3 de mayo, en el cumpleaños de su esposa. Habíamos celebrado apenas el pasado 14 de febrero sus 77 años  en el restaurante de su paisano Carlos Gámez. Ironía también; fallece a dos días de que su periódico el Informador (hoy Tribuna) cumpla 61 años.

Con su partida, cada día me convenzo más de que la muerte es y seguirá siendo un gran misterio, y que a cada rato nos depara sorpresas como la partida inesperada de Feliciano. Porque Feliciano no padecía de ninguna enfermedad crónica, cuidaba con esmero su salud, hacía ejercicio, se medía con la comida, nunca fue hombre de excesos ni desvelos y nunca bebió alcohol. Vivió a plenitud y desde muy joven descubrió su vocación—el periodismo— que ejerció también a plenitud durante más de 50 años.

Por eso, no puedo dejar de sentir una enorme tristeza, como seguro estoy la sienten sus familiares, sus colegas de la infaltable mesa de los martes, todos sus compañeros de travesía periodística y la legión de amigos que en más de 50 años de ejercicio periodístico realizara con suma paciencia, y donde siempre y a cada momento, a decir de su compañero Agustín Rodríguez Valdés, fue “conciliador, didáctico, grande, humilde y generoso”.¿Que decirle a su gran familia, esposa, hijos y nietos que hoy lo lloran?  Me faltan palabras. Me sobra tristeza, igual que a ellos.

Descansa en paz Feliciano Guirado Méndez. Amigo, hermano mayor.

Te vamos a extrañar mucho.